Page 59 - La iglesia
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última pesadilla atroz. ¿Se estaría volviendo loca? ¿Qué pasaría con Leire si

               comenzaba a desvariar? No tenían compromiso alguno. ¿Y si la joven decidía
               que  no  tenía  que  aguantar  a  una  chiflada  y  acababa  marchándose  para
               siempre? La arquitecta lo tuvo bien claro: no iba a darle más detalles de los
               estrictamente necesarios. Se abrazó de nuevo a ella. Leire era una bendición.

                    —Tienes razón, cielo, lo que necesito es dormir de un tirón. Después de
                                               ⁠
               comer  llamaré  a  Piluca  —Maite  hizo  una  pausa,  disfrutando  del  abrazo⁠—.
               Está claro que necesito algo más fuerte de lo que me ha recetado el médico.
                    Mientras  enterraba  su  rostro  en  la  base  del  cuello  de  Leire,  Maite  se

               prometió una cosa.
                    No volvería a poner el pie en la Iglesia de San Jorge.









               —¿Has notado eso? —preguntó el padre Félix, dando un respingo.
                    —¿El qué?

                    —Como una corriente de aire. ¿No te has dado cuenta de que la vela se ha
               movido?
                    —Yo  no  he  notado  nada,  y  aquí  no  hay  corriente  alguna  —⁠contestó
               Ernesto tajante; el pobre haz de luz de su linterna alumbraba la puerta de dos
                                                   ⁠
               hojas  que  les  cerraba  el  paso—.  Qué  curioso,  hay  una  estola  y  un  rosario
               atados a los tiradores. Sujétame la linterna un momento.
                    Félix obedeció, y Ernesto recogió el rosario que colgaba alrededor de la
               estola anudada. Se veía antiguo y bien labrado, muy diferente a los rosarios

               baratos que se encuentran a patadas en las tiendas de artículos religiosos; una
               combinación hermosa de cuentas de calidad, plata de ley y manos de artesano
               experto.  El  crucifijo  que  lo  remataba  brilló  bajo  la  luz  combinada  de  la
               linterna y la vela, a pesar del polvo que lo cubría. Ernesto le pasó el rosario a

               Félix y comenzó a manipular el nudo de la estola.
                    —¿Está difícil? —preguntó el joven sacerdote; su voz sonó temblorosa,
               estaba asustado.
                    La  respuesta  de  Ernesto  consistió  en  deshacer  el  nudo  en  segundos.

               Extendió  el  trozo  de  tela  púrpura  y  descubrió  un  bordado  que  le  resultó
               familiar.
                    —¿No es este el mismo escudo que aparece en la carpeta de cuero que
               vimos antes en el dormitorio de la sacristía?







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