Page 100 - La máquina diferencial
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las lámparas de hierro forjado del hotel Cavendish. Aseguró los cierres de su maletín
y luego cruzó la calle hasta su destino, el Museo de Geología Práctica.
Era un edificio imponente, sólido, similar a una fortaleza; Mallory pensaba que se
parecía mucho a la mente de su director. Subió trotando los escalones y entró a un
grato frescor pétreo. Tras firmar con un floreo en el libro de visitantes encuadernado
en cuero, siguió adelante y penetró en la inmensa sala central, cuyas paredes estaban
forradas de vitrinas de suntuosa caoba, con frentes de cristal reluciente. La luz
entraba a raudales por la gran cúpula de acero y cristal, de la que en ese momento
colgaba de su arnés trabado un limpiador solitario que pulía un vidrio tras otro, en lo
que Mallory suponía que sería una rutina interminable.
En la planta baja del museo se exhibían los vertebrados, junto con varias
ilustraciones pertinentes de las maravillas de la geología estratigráfica. Encima, en
una galería con barandilla y pilares, se exponía una serie de vitrinas más pequeñas
que contenían a los invertebrados. La gran multitud de aquel día resultaba gratificante
y había una sorprendente cantidad de mujeres y niños, incluida una tropa uniformada
de desaliñados escolares de clase trabajadora, llegados de alguna academia
gubernamental. Los muchachos estudiaban las vitrinas con suma atención, ayudados
por los guías de chaqueta roja.
Mallory se coló por una puerta alta sin distintivos y recorrió un pasillo flanqueado
por almacenes cerrados con llave. Al final del corredor, una voz magistral se filtraba
a través de la puerta cerrada de la oficina del director. Mallory llamó y escuchó con
una sonrisa cómo la voz completaba un punto retórico especialmente rimbombante.
—Entre —resonó la voz del director.
Mallory pasó a la habitación al tiempo que Thomas Henry Huxley se levantaba
para saludarlo. Se estrecharon las manos. Huxley le había estado dictando a su
secretario, un joven con gafas y todo el aspecto de un licenciado ambicioso.
—Eso será todo por ahora, Harris —dijo Huxley—. Mándeme al señor Reeks, por
favor, con sus bocetos del brontosauro.
El secretario metió en una carpeta de cuero las notas que había tomado a lápiz y
se marchó con una inclinación dedicada a Mallory.
—¿Cómo te encuentras, Ned? —Huxley miró a Mallory de arriba abajo con
aquellos ojos juntos y despiadadamente observadores que habían descubierto la «capa
de Huxley» en la raíz del cabello humano—. Lo cierto es que tienes muy buen
aspecto. Se podría decir incluso que espléndido.
—He tenido un poco de suerte —respondió Mallory con brusquedad.
Para sorpresa de Mallory, vio que de detrás del atestado escritorio de Huxley salía
un niño pequeño y rubio, muy bien vestido con un traje de cuello plano y bombachos.
—¿Y quién es este? —inquirió Mallory.
—El futuro —pió Huxley mientras se inclinaba para coger al niño—. Mi hijo,
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