Page 101 - La máquina diferencial
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Noel,  que  ha  venido  hoy  a  ayudar  a  su  padre.  Dile  «cómo  está  usted»  al  doctor
           Mallory, hijo.
               —¿Cómo está usted, señor Mellowy? —trinó el niño.

               —Doctor  Mallory  —lo  corrigió  Huxley  con  suavidad.  Los  ojos  de  Noel  se
           abrieron mucho.
               —¿Es  usted  un  doctor  médico,  señor  Mellowy?  —Estaba  claro  que  la  idea  lo

           alarmaba.
               —Vaya, apenas sabía usted caminar la última vez que nos vimos, don Noel —
           bramó Mallory con tono efusivo—. Y aquí lo tenemos hoy, hecho todo un caballerito.

           —Sabía que Huxley adoraba al niño—. ¿Y cómo está su hermanito?
               —Ahora también tiene una hermana —anunció Huxley mientras ponía al niño en
           el suelo—. Desde que te fuiste a Wyoming.

               —¡Debe de estar usted muy contento con eso, don Noel!
               El pequeño esbozó una breve sonrisa cortés y llena de cautela. Luego se subió a la

           silla de su padre. Mallory colocó su maletín sobre una librería que contenía un juego
           de obras de Cuvier encuadernadas en tafilete, una edición original.
               —Tengo una cosa que podría interesarte, Thomas —dijo mientras abría el maletín
           —. Un regalo para ti de los cheyenes. Se acordó de meter las fundas francesas debajo

           del Westminster Review y luego sacó un paquete de papel atado con cuerdas que le
           dio a Huxley.

               —Espero que no sea una de esas curiosidades etnográficas —protestó Huxley con
           una sonrisa mientras cortaba la cuerda con gestos hábiles y una navaja—. No soporto
           esas cuentas lamentables y demás chismes...
               El  papel  contenía  seis  obleas  marrones  y  encogidas,  del  tamaño  de  medias

           coronas.
               —Un útil legado que te manda un hechicero cheyene, Thomas.

               —Algo parecido a los obispos anglicanos, ¿no? —Huxley sonrió y sujetó uno de
           los correosos objetos bajo la luz—. Materia vegetal seca. ¿Un cactus?
               —Yo diría que sí.
               —Joseph Hooker, de Kew, podría decírnoslo.

               —Este brujo tenía una idea bastante clara del propósito de nuestra expedición.
               Se imaginaba que queríamos revivir al monstruo muerto, aquí en Inglaterra. Dijo

           que estas obleas te permitirían viajar lejos, Thomas, y recoger el alma de la criatura.
               —¿Y qué hago, Ned, las ensarto en un rosario?
               —No, Thomas, te las comes. Te las comes, salmodias, tocas tambores y bailas

           como un derviche hasta que sufres un ataque. Ese es el método habitual, según he
           oído. —Mallory se echó a reír.
               —Ciertas toxinas vegetales tienen la capacidad de producir visiones — comentó

           Huxley  mientras  guardaba  con  cuidado  las  obleas  en  un  cajón  del  escritorio—.




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