Page 105 - La máquina diferencial
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—También necesitarás quinótropo, y yo tengo el tipo adecuado. Trabaja mucho
para la Real Sociedad. Tiende a hacer un trabajo demasiado elaborado, así que como
te descuides te robará el espectáculo con sus chasqueos. Pero es un hombrecillo muy
listo.
«John Keats», escribió.
—¡Esto no tiene precio, Thomas!
Huxley hizo una pausa antes de continuar.
—Hay otra cosa, Ned. Pero me cuesta mencionártelo.
—¿Qué es?
—No deseo herir tus sentimientos.
Mallory esbozó una sonrisa falsa.
—Sé que no soy un gran orador, pero me he defendido en el pasado. Huxley dudó
un momento, y de repente levantó la mano.
—¿Cómo llamas a esto?
—Lo llamo un trozo de tiza —dijo Mallory para seguirle la corriente.
—¿Tiiiza?
—¡Tiza! —repitió Mallory.
—Tenemos que hacer algo con esas vocales de Sussex tan largas, Ned. Conozco a
un tipo, un profesor de locución. Un hombrecito muy discreto. Francés, en realidad,
pero habla el mejor inglés que has oído jamás. Una semana de lecciones con él harían
maravillas.
Mallory frunció el ceño.
—No estarás diciendo que necesito maravillas, espero...
—¡En absoluto! Es una simple cuestión de educar el oído. Te sorprendería saber
cuántos prometedores oradores públicos han acudido a este caballero. — «Jules
D’Alembert», escribió Huxley—. Sus lecciones son un poco caras, pero...
Mallory apuntó el nombre. Alguien llamó a la puerta. Huxley limpió la pizarra
con el fieltro polvoriento de un borrador de mango de ébano.
—¡Entre! —Apareció un hombre fornido ataviado con un mandil salpicado de
yeso—. Te acordarás del señor Trenham Reeks, nuestro director adjunto...
Reeks se metió una larga carpeta bajo el brazo y estrechó la mano de Mallory.
Había perdido algo de pelo y había engordado un poco desde la última vez que
Mallory lo había visto.
—Disculpe el retraso, señor —se disculpó Reeks—. Lo estamos pasando mal en
el estudio para vaciar esas vértebras. Una estructura asombrosa. Su mera magnitud ya
presenta unos problemas horrendos.
Huxley despejó un espacio en su escritorio. Noel tiró de la manga de su padre y
susurró algo.
—Oh, muy bien —dijo Huxley—. Discúlpennos un momento, caballeros. — Y se
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