Page 103 - La máquina diferencial
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sinceridad.
—Ya me nombren lord o no, una cosa puedo decir: he dejado que mi caso se
sostenga por sus propios méritos. Jamás he pedido favores especiales. Si el título es
mío, no será por mediación de intriga alguna.
—¡La intriga no tiene nada que ver! —dijo Mallory.
—¡Desde luego que sí! —espetó Huxley—. Aunque no me oirás decirlo en
público. —Bajó la voz—. Pero tú y yo nos conocemos desde hace muchos años. Veo
en ti un aliado, Ned, y un amigo de la verdad.
Huxley comenzó a pasearse sobre la alfombra turca que tenía ante el escritorio.
—No sirve de nada hablar con falsa modestia acerca de un tema tan importante.
Tenemos ciertas obligaciones vitales que cumplir con nosotros mismos, con el mundo
exterior y con la ciencia. Nos tragamos elogios, lo que no constituye placer alguno, y
arrostramos dificultades descomunales que conllevan un dolor tan grave como
incuestionable. Dolor, e incluso peligro.
Mallory se puso nervioso, sorprendido tanto por la velocidad de la noticia como
por el repentino peso de la sinceridad de su amigo. Sin embargo, pensó, Huxley
siempre había sido así; ya como joven estudiante sus actividades resultaban siempre
sorprendentes e impetuosas. Por primera vez desde Canadá, Mallory sintió que había
vuelto al mundo real al que pertenecía, al plano más limpio y más elevado en el que
habitaba la mente de Huxley.
—¿Peligro de qué tipo? —preguntó con retraso.
—Peligro moral. También peligro físico. Siempre hay riesgos en la lucha por el
poder mundano. Un lord tiene un puesto político. Partido y Gobierno, Ned. Dinero y
leyes. Tentación, quizá compromisos innobles... Los recursos de la nación son finitos,
la competición es intensa. ¡Se debe defender el hueco que ocupan la ciencia y la
educación! ¡No, expandirlo! —Sonrió con tristeza—. De alguna forma debemos
coger el toro por los cuernos. La alternativa sería quedarnos quietos y dejar que el
diablo haga lo que quiera con el mundo del futuro. ¡Y yo, por lo menos, preferiría
estallar en mil pedazos que ver la ciencia prostituida!
Sorprendido por la franqueza de Huxley, Mallory lanzó una mirada al niño, que
chupaba su caramelo y daba patadas a las patas de la silla con sus relucientes
zapatitos.
—Eres el hombre adecuado para esa tarea, Thomas —señaló Mallory—. Sabes
que puedes contar con toda la ayuda que pueda ofrecerte, si la causa me necesita
alguna vez.
—Me alegra oír eso, Ned. Confío en la firmeza de tu corazón, en tu obstinada
determinación. ¡Que ha demostrado ser auténtica como el acero! ¡Dos años de duro
trabajo en los yermos de Wyoming! En fin, yo veo hombres todas las semanas que
afirman sentir una gran devoción por la ciencia, y sin embargo no sueñan más que
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