Page 102 - La máquina diferencial
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Gracias, Ned. Más tarde me ocuparé de que las cataloguen como es debido. Me temo
que la presión del negocio ha confundido a nuestro buen señor Reeks. Suele ser más
raudo.
—Hoy tenéis una buena multitud ahí fuera —sugirió Mallory para llenar el
silencio. El hijo de Huxley había sacado un caramelo del bolsillo y lo estaba
desenvolviendo con precisión quirúrgica.
—Sí —dijo Huxley—. Los museos británicos, nuestras fortalezas del intelecto,
como dice a su elocuente manera el primer ministro. Aun así, no sirve de nada negar
que la educación, la educación de las masas, es la única gran obra que tenemos entre
manos. Aunque hay días en que lo tiraría todo por la borda, Ned, con tal de volver a
ser un hombre de campo como tú.
—Te necesitan aquí, Thomas.
—Eso dicen —respondió Huxley—. Pero sí que intento salir una vez al año. A
Gales sobre todo, a recorrer las colinas. Restaura el alma. —Hizo una pausa antes de
continuar—. ¿Sabías que me han propuesto para el título de lord?
—¡No! —exclamó Mallory encantado—. ¡Tom Huxley, todo un par! ¡Diantres!
¡Qué noticia más espléndida!
Huxley pareció durante un momento inesperadamente malhumorado.
—Vi a lord Forbes en la Real Sociedad. «Bueno», me dijo, «me alegro de
comunicarle que está usted a punto de ingresar en la Cámara de los Lores. La
selección se realizó el viernes por la noche, y tengo entendido que era usted uno de
los seleccionados». —Huxley, sin esfuerzo aparente, se había adueñado de los gestos
de Forbes, de su forma de enunciar e incluso de su tono de voz. Levantó la vista y
dijo—: No he visto la lista en persona, pero la autoridad de Forbes es tal que tengo
cierta confianza.
—¡Por supuesto! —se regocijó Mallory—. ¡Un gran tipo, Forbes!
—No me sentiré seguro del todo hasta que reciba la confirmación oficial —lo
aplacó Huxley—. Te confieso, Ned, una cierta ansiedad, siendo la salud del primer
ministro la que es.
—Sí, es una pena que esté enfermo —dijo Mallory—. ¿Pero por qué debería
preocuparte eso tanto? ¡Tus logros hablan por sí mismos!
Huxley negó con la cabeza.
—El momento no parece casual. Sospecho que esto es un truco de Babbage y sus
amigotes de la elite, un último intento por llenar la Cámara de intelectuales
científicos mientras todavía gobierna Byron.
—Esa es una sospecha bien siniestra —objetó Mallory—. ¡Fuiste el mejor
defensor de la evolución en el debate! ¿Por qué cuestionas tu buena fortuna? ¡A mí
me parece una cuestión de simple justicia!
Huxley se agarró las solapas con las dos manos, en un gesto de profunda
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