Page 109 - La máquina diferencial
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y pesar quizá cuarenta y cinco kilos. Un quintal de molleja tiene más potencia
muscular que las mandíbulas de cuatro elefantes macho.
—¿Para qué necesitaría un reptil tal cantidad de alimento?
—No era de sangre caliente per se, pero poseía un metabolismo complejo. Es una
simple cuestión de proporciones entre la superficie y el volumen. Una masa corporal
de ese tamaño retiene el calor incluso con el tiempo frío. —Mallory sonrió—. Las
ecuaciones son muy fáciles de calcular, no requieren más de una hora de las
máquinas más pequeñas de la Sociedad.
—Esto provocará grandes problemas —murmuró Huxley.
—¿Vamos a dejar que la política se interponga en el camino de la verdad?
—¡Touché! Nos ha vencido, señor Reeks. Me temo que debe alterar sus
esmerados planos.
—A los muchachos del estudio les encantan los retos, señor —respondió Reeks
con lealtad—. Y si me permite decirlo, doctor Huxley, una controversia obra milagros
en nuestra concurrencia.
—Una pequeña cuestión más —se apresuró a decir Mallory—: el estado del
cráneo. Siento decir que el cráneo del espécimen está bastante fragmentado, y
requerirá un estudio detallado y algunas conjeturas. Me gustaría unirme a ustedes en
el estudio para el asunto del cráneo, señor Reeks.
—Desde luego, señor. Me ocuparé de que le den una llave.
—Lord Gideon Mantell me enseñó todo lo que sé sobre el modelado del yeso —
declaró Mallory con una pequeña muestra de nostalgia—. Ha pasado demasiado
tiempo desde la última vez que me enfrenté a ese noble oficio. Será un gran placer
observar los últimos avances de la técnica en un entorno tan ejemplar.
Huxley sonrió con un cierto deje de duda.
—Espero que podamos complacerte, Ned.
Mientras se limpiaba la nuca con un pañuelo, Mallory contempló con tristeza la sede
de la Oficina Central de Estadística.
El antiguo Egipto llevaba veinticinco siglos muerto, pero Mallory lo había
llegado a conocer lo bastante bien como para que le desagradara. La excavación
francesa del Canal de Suez había sido un asunto heroico, hasta el punto que todo lo
egipcio se había convertido en la última moda de París. El furor también había hecho
presa de Gran Bretaña y había inundado el país de alfileres de cuello con escarabajos,
teteras con alas de halcón, morbosas estereografías de obeliscos caídos y miniaturas
de mármol falso de la esfinge desnarigada. Los fabricantes habían hecho que las
máquinas bordaran toda esa chusma de diosecillos paganos con cabeza de bestia en
cortinas, alfombras y tapicerías de carruajes, para disgusto de Mallory, al que habían
llegado a desagradarle en especial las absurdas divagaciones sobre las pirámides,
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