Page 114 - La máquina diferencial
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—Disculpe mi tardanza, señor —dijo—. Me temo que me perdí por sus pasillos.
           Aquello no era nada nuevo para Wakefield.
               —¿Puedo ofrecerle un té? Tenemos un bizcocho muy bueno. Mallory negó con la

           cabeza y luego abrió la cigarrera con un leve gesto.
               —¿Fuma?
               Wakefield se puso pálido.

               —¡No! No, gracias. Riesgo de incendio, va estrictamente en contra de las normas.
               Mortificado, Mallory se guardó la cigarrera.
               —Entiendo... Pero no veo qué daño puede hacer un buen puro, ¿no le parece?

               —¡Cenizas! —replicó Wakefield con firmeza—. ¡Y partículas pneumáticas!
               Flotan  por  el  aire,  ensucian  el  aceite  de  las  ruedas  dentadas,  corrompen  los
           engranajes. Y limpiar las máquinas de la oficina..., bueno, no hace falta que le diga

           que es una tarea digna de Sísifo, doctor Mallory.
               —Desde luego —murmuró este a modo de respuesta. Intentó cambiar de tema—.

           Como  ya  debe  de  saber  soy  paleontólogo,  pero  tengo  un  poco  de  experiencia  en
           chasqueo. ¿Cuántos metros de equipo hacen girar aquí?
               —¿Metros? Aquí medimos nuestro equipo en kilómetros, doctor Mallory.
               —¡Extraordinario! ¿Tanta potencia?

               —Tantos  problemas,  podría  muy  bien  decir  —respondió  Wakefield  con  un
           modesto giro de su mano enguantada de blanco—. Se acumula el calor de la fricción

           del giro y eso expande el latón, lo que mella las ruedas dentadas. La humedad cuaja
           el aceite del equipo, y cuando el tiempo es seco los giros de una máquina pueden
           incluso crear una pequeña carga Leyden, ¡lo que atrae todo tipo de suciedad! Los
           equipos se pegan y atascan, las tarjetas perforadas se adhieren a los cargadores... —

           Wakefield suspiró—. Nos hemos dado cuenta de que compensa tomar todo tipo de
           precauciones en cuestiones de limpieza, calor y humedad. ¡Hasta el bizcocho nos lo

           hacen especial para la oficina, para reducir el riesgo de migas!
               Hubo algo en la frase «riesgo de migas» que a Mallory le pareció muy gracioso,
           pero  Wakefield  mostraba  una  expresión  tan  seria  que  quedaba  claro  que  no  había
           pretendido contar ningún chiste.

               —¿Han probado con el limpiador de vinagre de Colgate? —preguntó Mallory—.
           En Cambridge no usan otra cosa.

               —Ah, sí —dijo Wakefield con acento cansino—, el bueno del Instituto de análisis
           mecánico. ¡Ojalá nosotros pudiéramos llevar el ritmo relajado de los académicos! En
           Cambridge miman sus latones, pero aquí, en el servicio público, tenemos que ejecutar

           y  volver  a  ejecutar  las  rutinas  más  penosas  hasta  que  combamos  las  palancas
           decimales.
               Mallory,  que  había  estado  poco  tiempo  antes  en  el  Instituto,  se  encontraba  al

           corriente y decidido a demostrarlo.




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