Page 115 - La máquina diferencial
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—¿Ha  oído  hablar  de  los  nuevos  compiladores  de  Cambridge?  Distribuyen  el
           desgaste del equipo de una forma mucho más regular.
               Wakefield no le prestó atención.

               —Para el Parlamento y la policía, la Oficina es un simple recurso, ¿sabe? Siempre
           a su disposición pero, con todo, siempre bien sujetos. La financiación, ya sabe. ¡Son
           incapaces  de  entender  nuestras  necesidades,  señor!  La  historia  de  siempre,  como

           estoy seguro de que ya sabe, siendo usted también un hombre de ciencia. No pretendo
           faltarles al respeto, pero en la Cámara de los Comunes son incapaces de distinguir un
           auténtico chasqueo de un muñeco de cocina de cuerda.

               Mallory se atusó la barba.
               —Sí que es una pena... ¡Kilómetros de equipo! Cuando me imagino lo que podría
           lograrse con ello, la perspectiva me quita el aliento.

               —Oh,  estoy  seguro  de  que  lo  recuperaría  muy  pronto,  doctor  Mallory  —dijo
           Wakefield—.  En  el  chasqueo,  la  demanda  siempre  se  expande  hasta  superar  la

           capacidad. ¡Es como si fuera una ley de la naturaleza!
               —Quizá sea una ley —respondió Mallory—, en algún reino de la naturaleza que
           todavía tenemos que comprender...
               Wakefield sonrió con cortesía y lanzó una mirada a su reloj.

               —Es una pena cuando las mayores aspiraciones de uno se ven arrolladas por las
           cuestiones  prácticas  del  día  a  día.  No  suelo  tener  la  oportunidad  de  debatir  sobre

           filosofía mecánica. Salvo con mi supuesto colega, el señor Oliphant, por supuesto.
           Quizá le ha hablado de sus visionarios proyectos para nuestras máquinas...
               —Solo de una forma muy breve —dijo Mallory—. Me pareció que sus planes
           para, bueno, esos estudios sociales requerirían una potencia mecánica muy superior a

           la que tenemos en Gran Bretaña. Para vigilar cada actividad de Piccadilly y demás.
           Me pareció un capricho utópico, con franqueza.

               —En  teoría,  señor  —respondió  Wakefield—,  es  del  todo  posible.  Como  es
           natural,  vigilamos  de  un  modo  fraterno  el  tráfico  de  telegramas,  los  archivos  de
           crédito y cosas así. El elemento humano es nuestro auténtico cuello de botella, ya
           sabe,  porque  solo  un  analista  preparado  puede  convertir  los  datos  puros  de  las

           máquinas en información práctica. Y la ambiciosa magnitud de ese esfuerzo, cuando
           se compara con la modesta escala de la financiación actual que la oficina tiene para

           personal...
               —Tenga  por  seguro  que  no  me  gustaría  contribuir  a  su  urgente  carga  de
           responsabilidades —lo interrumpió Mallory—, pero lo cierto es que el señor Oliphant

           indicó que quizá pudiera ayudarme a identificar a un criminal que está en libertad y a
           su  cómplice,  una  mujer.  Tras  completar  dos  de  sus  formularios  por  triplicado,  los
           envié por mensajero especial...

               —La  semana  pasada,  sí  —asintió  Wakefield—.  Y  hemos  hecho  todo  lo  que




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