Page 113 - La máquina diferencial
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borde de una revelación y ahora había desaparecido, miserable y poco gloriosa como
           un estornudo inconcluso.
               Peor aún, Mallory se dio cuenta entonces de que había estado murmurando otra

           vez en voz alta. Sobre lombrices, era de presumir. Alargó el mapa con gesto brusco.
               —Busco el nivel 5, CC—50.
               —Eso es Criminología Cuantitativa, señor. Esto es Investigación Disuasiva. — El

           empleado  señaló  una  placa  que  colgaba  sobre  la  puerta  de  una  oficina  cercana.
           Mallory  asintió  aturdido—.  CC  está  después  de  Análisis  No  Lineal.  Doble  esa
           esquina, a la derecha —dijo el empleado. Mallory siguió adelante. Podía percibir la

           mirada escéptica del hombre en la espalda.
               La sección de Criminología Cuantitativa era un panal de particiones diminutas.
           Las paredes llegaban al cuello y estaban repletas de cubículos forrados de asbesto.

           Empleados con guantes y mandil se sentaban ante sus pulcros escritorios inclinados y
           examinaban y manipulaban tarjetas perforadas con una amplia variedad de aparatos

           especializados  de  chasqueo:  barajadores,  soportes  de  aguja,  colores  cromáticos  de
           mica, lupas de joyero, papeles de seda lubricados y delicados fórceps con punta de
           goma.  Mallory  contempló  aquel  trabajo  conocido  con  una  alegre  sensación  de
           confianza.

               CC—50  era  la  oficina  del  subsecretario  de  Criminología  Cuantitativa  de  la
           oficina, cuyo nombre, según había dicho Oliphant, era Wakefield.

               El  señor  Wakefield  no  tenía  escritorio,  o  por  mejor  decir,  su  escritorio  había
           cercado  y  devorado  toda  su  oficina  y  él  trabajaba  desde  el  interior.  Los  tableros
           surgían de huecos de la pared mediante un ingenioso sistema de bisagras, y luego se
           desvanecían  de  nuevo  en  el  interior  de  un  arcano  sistema  de  archivadores

           especializados. Había anaqueles para periódicos, enganches para lámparas, inmensos
           ficheros  incrustados,  catálogos,  libros  de  códigos,  guías  de  chasqueadores,  un

           sofisticado  reloj  con  varias  esferas,  tres  diales  telegráficos  cuyas  agujas  doradas
           marcaban el alfabeto e impresoras que perforaban cinta con ahínco.
               El propio Wakefield era un escocés pálido, con un cabello rubio que ya empezaba
           a  desaparecer.  Su  mirada,  si  bien  no  del  todo  esquiva,  se  movía  de  una  forma

           extraordinaria. Una pronunciada dentadura mellaba su labio inferior.
               A  Mallory  le  pareció  un  hombre  muy  joven  para  haber  llegado  a  su  posición,

           quizá  no  tuviera  más  de  cuarenta  años.  Sin  duda,  como  la  mayor  parte  de  los
           chasqueadores consumados, Wakefield había crecido con el oficio de las máquinas.
           El  primer  artilugio  de  Babbage,  que  ya  se  había  convertido  en  una  galardonada

           reliquia, no llegaba a los treinta años, pero la rápida progresión de las máquinas había
           cautivado a su paso a toda una generación, como una especie de poderosa locomotora
           mental.

               Mallory se presentó.




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