Page 120 - La máquina diferencial
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Mallory asintió. El retraso no se podía evitar, y podía resultar útil.
—¿Lleva mucho tiempo trabajando aquí, señor Tobias?
—No lo suficiente para volverme loco.
Mallory se echó a reír.
—Cree que bromeo... —señaló Tobias con tono sombrío.
—¿Por qué trabaja aquí, si lo odia tanto?
—Todo el mundo lo odia, todo el que tenga una chispa de sentido común —dijo
Tobias—. Por supuesto que es un buen trabajo, si estás en los pisos de arriba y eres
uno de los peces gordos. —Apuntó con el pulgar enguantado al techo, con discreción
—. Cosa que yo no soy, claro. Pero, sobre todo, el trabajo precisa de tipos normales.
Nos necesitan por decenas, docenas y centenares. Vamos y venimos. Dos años en este
trabajo, quizá tres, te destrozan los ojos y los nervios. Puedes volverte medio loco
mirando agujeritos. Loco como una cabra. —Tobias se metió las manos en los
bolsillos del mandil—. ¡Apuesto, señor, a que cree al mirarnos, pobres empleados
vestidos como un montón de pichones blancos, que por dentro somos todos iguales!
Pues no, señor, para nada. Verá, no hay mucha gente en Gran Bretaña que sepa leer y
escribir, deletrear y sumar tan bien como se necesita aquí. La mayor parte de los
fulanos que sí saben puede conseguir un trabajo mucho mejor, solo con ponerse a
buscarlo. Así que la oficina se lleva... bueno, los más inestables. —Tobias esbozó una
ligera sonrisa—. Incluso a veces han contratado mujeres, costureras que han perdido
su trabajo por culpa de las máquinas de tejer. El gobierno las contrata para leer y
perforar tarjetas. Son muy buenas con los trabajos minuciosos, las antiguas
costureras.
—Parece una política extraña —dijo Mallory.
—La presión de las circunstancias —replicó Tobias—. La naturaleza del negocio.
¿Ha trabajado alguna vez para el Gobierno de su majestad, señor Mallory?
—En cierto modo —respondió Mallory. Había trabajado para la Comisión de
Libre Comercio de la Real Sociedad. Se había creído su charla patriótica, sus
promesas de influencia entre bastidores, y cuando terminaron con él lo soltaron para
que se las arreglara solo. Una audiencia privada con lord Galton, de la Comisión, un
cálido apretón de manos, una expresión de «profundo pesar» porque no se podía
hacer un «reconocimiento abierto del gallardo servicio que nos ha prestado»... Y eso
fue todo. Ni siquiera un trozo de papel firmado.
—¿Qué clase de trabajo del Gobierno? —preguntó Tobias. —¿Ha visto alguna
vez lo que llaman el leviatán terrestre? —En el museo —dijo Tobias—. Lo llaman
brontosauro, un elefante reptiliano.
Tenía los dientes al final de la trompa. Esa bestia comía árboles. —Un chico muy
listo, Tobias. —Usted es «Leviatán» Mallory... —dijo Tobias—, ¡el famoso
intelectual! —
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