Page 127 - La máquina diferencial
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cargada como un invernadero. Hedía también a tabaco rancio, ya que Mallory se
había fumado media docena de sus estupendos habanos mientras leía los antecedentes
penales de Florence Russell Bartlett, que hablaban ante todo del asesinato de su
marido, un destacado comerciante de algodón de Liverpool, en la primavera de 1853.
El modus operandi había sido envenenamiento con un arsénico que la señora
Bartlett había extraído del papel matamoscas y le había administrado a lo largo de
varias semanas con un específico, el Fortalecedor hidropático del doctor Gove.
Mallory sabía por sus noches en Haymarket que la medicina del doctor Gove era en
realidad un afrodisíaco, pero el expediente no mencionaba ese hecho. La enfermedad
fatal en 1852 de la madre de Bartlett, y la del hermano de su marido en 1851, también
quedaban documentadas: los respectivos certificados de fallecimiento citaban una
úlcera perforada y cólera morbus. Estas supuestas enfermedades presentaban
síntomas muy parecidos a los del envenenamiento por arsénico. La señora Bartlett,
que jamás fue acusada de manera formal de estas otras muertes, había huido tras
reducir a su carcelero con una pistola oculta de cañón corto.
La oficina central de estadísticas sospechaba que había huido a Francia, supuso
Mallory, porque alguien había añadido la traducción de unos informes policiales
franceses de 1854 que se ocupaban de un juicio por un crime passionel en los
tribunales de París. Una tal «Florence Murphy», abortista, supuestamente refugiada
americana, había sido arrestada y juzgada por el delito de vitriolage, el lanzamiento
de ácido sulfúrico con la intención de desfigurar o mutilar. La víctima, Marie
Lemoine, esposa de un destacado comerciante de sedas de Lyón, era al parecer una
rival.
Pero la «señora Murphy» había desaparecido de su prisión, y de todos los
subsiguientes expedientes policiales franceses, durante la primera semana de su juicio
como vitrioleuse.
Mallory se pasó una esponja con agua del grifo por la cara, cuello y axilas,
mientras pensaba en el vitriolo con ánimo sombrío.
Volvía a transpirar en abundancia mientras se ataba los zapatos. Al dejar su
habitación descubrió que el extraño verano de la ciudad había arrollado el palacio. La
humedad plomiza hervía sobre los suelos de mármol como una ciénaga invisible.
Hasta las palmeras que había a los pies de las escaleras parecían jurásicas. Se dirigió
con paso lento al comedor del palacio, donde cuatro huevos duros fríos, café con
hielo, un arenque ahumado, algo de tomate asado, un poco de jamón y melón fresco
lo restablecieron un tanto. La comida era bastante buena, aunque el arenque olía un
poco pasado, cosa que no era de extrañar con un calor como aquel. Firmó el vale y se
fue a recoger su correo.
No había sido justo con el arenque. Fuera del comedor, hasta el palacio olía a
pescado podrido, o a algo muy parecido. La limpieza matinal había dejado en el
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