Page 214 - La máquina diferencial
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—Soy  un  hombre  muy  ocupado,  doctor  Mallory.  Si  tuviese  la  amabilidad  de
           entrar  en  mi  carromato  y  hablar  conmigo  como  un  caballero  razonable,  entonces
           quizás escuche, pero no tengo tiempo ni para bravatas ni para amenazas. —Clavó en

           Mallory la intensa mirada bizca de sus ojitos azules.
               —Bueno...  —soltó  Mallory  desconcertado.  Aunque  sabía  que  estaba  en  su
           derecho,  la  serena  réplica  del  rey  había  desbravado  su  ataque  de  indignación.  De

           repente se sintió un poco absurdo, y por alguna razón fuera de su elemento—. Desde
           luego —murmuró—. Muy bien.
               —De acuerdo. Tom, Jemmy, volvemos al trabajo. —El rey se subió con habilidad

           a su carromato.
               Mallory,  después  de  dudar  un  momento,  lo  siguió  y  subió  al  cuerpo  de  aquel
           extraño carruaje. No había asientos en el interior, sino que de un costado a otro el

           suelo estaba lleno de hoyuelos y tapizado por una gruesa cubierta granate, como una
           otomana.  Forraban  las  paredes  unos  casilleros  inclinados  de  madera  barnizada

           atestados de carteles bien enrollados. Se había abierto en el techo una gran trampilla
           que dejaba entrar una luz sombría. Apestaba a engrudo y a tabaco picado barato.
               El  rey  se  espatarró  con  toda  tranquilidad  y  se  apoyó  en  un  grueso  almohadón
           copetudo.  La  mula  rebuznó  bajo  el  chasquido  del  látigo  y  el  carromato,  tras  una

           sacudida, empezó a moverse con pereza y el chirrido de las ruedas.
               —¿Ginebra y agua? —ofreció el rey mientras abría un armarito.

               —Solo agua, si es tan amable —dijo Mallory.
               —Pues  que  sea  agua  sola.  —La  sirvió  de  una  jarra  de  loza  en  un  tazón  de
           hojalata. Mallory se bajó la deshilachada máscara por debajo de la barbilla y bebió.
           Estaba muerto de sed.

               El rey sirvió a Mallory una segunda ronda, y luego una tercera.
               —¿Quizá un sabroso chorrito de limón para acompañar? —Le guiñó un ojo—.

           Espero que conozca sus límites.
               Mallory se aclaró la garganta viscosa.
               —Es usted muy amable.
               Era una sensación extraña: se sentía desnudo sin la máscara, y aquella muestra de

           cortesía dentro del carromato del rey, junto con el tufo químico de la cola, casi peor
           que el del Támesis, lo había mareado bastante.

               —Lamento si yo..., bueno, si le parecí un poco brusco antes.
               —Bueno, son los chicos, ya sabe —respondió el rey con sumo tacto—. Un tipo
           tiene que estar preparado para manejar los puños en el negocio de los carteles. Ayer,

           precisamente,  mis  muchachos  tuvieron  que  dar  una  buena  paliza  al  viejo  Patas  de
           Pavo  y  a  sus  muchachos  por  unos  espacios  dentro  de  Trafalgar  Square.  —El  rey
           sorbió por la nariz con ademán desdeñoso.

               —Yo también he sufrido algunos problemas graves durante esta emergencia —




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