Page 215 - La máquina diferencial
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explicó Mallory con la voz ronca—. Pero, básicamente, soy un hombre razonable,
           señor. Muy racional, no soy de los que buscan problemas. No debe pensar eso.
               El rey asintió con gesto cómplice.

               —Nunca he visto a Patas de Pavo contratar a un estudioso como matón. Por su
           ropa y sus modales supongo que es usted un intelectual, señor.
               —Es usted muy perspicaz.

               —Me gusta pensar que sí —admitió el rey—. Así que ahora que hemos aclarado
           ese tema, quizá quiera informarme sobre esa queja que parece tener.
               —Esos  carteles  que  ha  pegado  son  falsificaciones  —explicó  Mallory—.  Y

           calumnias. Desde luego, no son legales.
               —Como  ya  le  he  explicado  antes,  eso  no  es  asunto  mío  —replicó  el  rey—.
           Déjeme  contarle  unas  cuantas  cosas  sobre  este  negocio,  con  toda  franqueza.  Por

           encolar cien láminas de veinte por treinta espero obtener una libra y un chelín, es
           decir,  dos  peniques  y  seis  décimas  por  lámina.  Digamos  tres  peniques,  para

           redondear. Pues bien: si usted quisiese adquirir algunos de mis carteles a ese precio,
           yo estaría dispuesto a hablar de negocios.
               —¿Dónde están? —preguntó Mallory.
               —Si  quisiera  echar  un  vistazo  entre  los  casilleros  para  buscar  los  objetos  en

           cuestión, le estaría muy agradecido.
               Cuando los empleados se detuvieron para pegar más carteles Mallory empezó a

           rebuscar  entre  la  mercancía.  Los  carteles  estaban  envueltos  en  gruesos  rollos
           perforados y bien ordenados, densos y pesados como cachiporras.
               El  rey  pasó  al  conductor  un  rollo  a  través  de  la  trampilla.  Luego  vació
           pacíficamente los restos de su pipa de espuma de mar, la rellenó con el contenido de

           un basto cucurucho de papel y la encendió con una yesca alemana. Expelió una nube
           pestilente con todo el aspecto de estar muy satisfecho.

               —Aquí están —dijo Mallory. Sacó la lámina exterior del rollo y la abrió dentro
           del carromato—. Eche un vistazo a esta abominación, ¿quiere? ¡Al principio tiene un
           aspecto espléndido, pero el texto es indignante, una obscenidad!
               —Rollo estándar de cuarenta. Seis chelines justos.

               —¡Lea esto —dijo Mallory—, donde prácticamente me acusan de asesinato!
               El rey, muy cortés, volvió la mirada hacia la lámina. Movía los labios mientras se

           esforzaba por descifrar el título.
               —Ma Lorry —dijo por fin—. La función de la madre de Lorry, ¿no?
               —Mallory, ¡así me llamo!

               —Es  una  semilámina  teatral,  sin  ilustraciones  —dijo  el  rey—.  Un  poco
           emborronada...  Ah,  sí,  ya  me  acuerdo.  —Echó  una  bocanada  de  humo—.  Debería
           haber sabido que nada bueno podía salir de este pedido. Claro, que el granuja me

           pagó por adelantado...




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