Page 221 - La máquina diferencial
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británico, un subalterno de Artillería ataviado con un elegante equipo de gala. Vestía
una casaca azul cruzada en la que brillaban los galones, botones de latón y charreteras
trenzadas doradas. Los impecables pantalones tenían una franja roja militar. Llevaba
una gorra redonda con galones dorados, y una pistolera sujeta a la pulcra cinturilla del
pantalón. Con los hombros cuadrados, la espalda recta y la cabeza alta, aquel
atractivo joven se aproximaba al paleontólogo con una expresión firme y decidida.
Mallory se irguió de inmediato, desconcertado, incluso un poco avergonzado al
comparar su atuendo civil arrugado y manchado de sudor con aquel fresco epítome de
las virtudes militares.
Y entonces, con un sobresalto, cayó en la cuenta de quién era.
—¡Brian! —gritó—. ¡Brian, muchacho!
El soldado aceleró el paso.
—Ned, vaya, ¿eres tú? —dijo el hermano de Mallory mientras una tierna sonrisa
dividía su barba recién adquirida en Crimea. Cogió la mano de Mallory entre las
suyas y la estrechó efusivamente, con un sólido apretón.
Mallory observó con sorpresa y placer que la disciplina militar y la dieta
científica habían sumado centímetros y kilos al cuerpo del muchacho. Brian, el sexto
hijo de la familia, siempre había parecido un poco callado y tímido, pero ahora el
hermanito de Mallory se alzaba casi dos metros sobre sus botas militares, y en sus
ojos azules se adivinaba la expresión de un hombre que ha visto mundo.
—Te hemos estado esperando, Ned —dijo Brian. La energía de su voz se había
diluido un poco; algún antiguo hábito le devolvía el tono que recordaba de su
infancia. Para Mallory se trataba del eco lastimero de un profundo recuerdo: las
exigencias que una caterva de hermanos pequeños hacía a su hermano mayor. Pero de
algún modo esta llamada familiar, lejos de fatigarlo o cargarlo, lo impulsó de
inmediato a recobrar sus fuerzas cerebrales. La confusión se desvaneció como una
bruma y se sintió más fuerte, más capaz; la presencia del joven Brian le había
recordado a sí mismo.
—¡Maldita sea, cómo me alegro de verte! —estalló.
—Me alegro de que por fin hayas vuelto —dijo Brian—. Oímos hablar del
incendio de tu habitación y luego te desvaneciste por Londres. ¡Nadie sabía dónde!
¡Tom y yo estábamos hechos un lío!
—¿Así que Tom también está aquí?
—Vinimos los dos a Londres en su pequeño faetón —explicó Brian. Su expresión
se derrumbó—. Con malas noticias, Ned, y no hay otra forma de contártelas, salvo
cara a cara.
—¿Qué pasa? —preguntó Mallory preparándose para lo peor—. ¿Es... es papá?
—No, Ned. Papá está bien. O tan bien como es posible en estos días. ¡Es la pobre
Madeline!
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