Page 224 - La máquina diferencial
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Un sencillo pescado con patatas sería lo más conveniente, señor, si no le importa.
               —Me  parece  bien.  Y  si  pudiera  mezclarme  un  ponche  de  coñac...  Bueno,  no
           importa. Tráigame café. Fuerte y solo.

               Fraser observó la partida del camarero con melancólica paciencia.
               —Debe de haber tenido una noche de lo más animada —comentó Fraser cuando
           el hombre se alejó lo suficiente para no oírlos. Tanto Tom como Brian miraban ahora

           a Fraser con inédita suspicacia y una punzada de resentimiento.
               —He descubierto que el ojeador, es decir, el capitán Swing, se ha ocultado en los
           muelles de las Indias Orientales —dijo Mallory—. ¡Está intentando incitar al pueblo

           hacia una insurrección general!
               Fraser frunció los labios.
               —Tiene una prensa impulsada por máquinas y una recua de cómplices. Imprime

           documentos sediciosos por decenas, ¡por centenares! ¡Esta mañana confisqué unas
           cuantas muestras que resultan obscenas, calumniosas! ¡Porquería ludita!

               —Ha trabajado usted mucho. Mallory bufó.
               —Y dentro de un momento estaré mucho más ocupado, Fraser. ¡Pienso ir a buscar
           a ese desgraciado y poner fin de una vez a todo esto! Brian se inclinó hacia delante.
               —Entonces  fue  ese  tal  «capitán  Swing»  quien  escribió  esas  calumnias  contra

           nuestra Maddy, ¿no?
               —Sí. Tom se irguió en la silla, entusiasmado.

               —Los muelles de las Indias Orientales... ¿Y eso dónde está?
               —Abajo, por Limehouse Reach, al otro lado de Londres —dijo Fraser.
               —Eso me importa un pepino —se apresuró a decir Tom—. ¡Tengo mi Céfiro!
           Mallory se quedó sorprendido.

               —¿Te has traído el bólido de la Hermandad? Tom negó con la cabeza.
               —¡No ese viejo armatoste, Ned, sino el último modelo! Es una belleza nuevecita

           que  nos  espera  en  lo  establos  de  tu  palacio.  Nos  trajo  desde  Sussex  en  una  sola
           mañana, y habría ido más rápido todavía si no le hubiera enganchado un carro de
           carbón. —Lanzó una carcajada—. ¡Podemos ir adonde queramos!
               —No perdamos la cabeza, caballeros —les advirtió Fraser.

               De  momento  se  sumieron  en  un  silencio  involuntario  mientras  el  camarero
           colocaba con pericia la comida ante Mallory. La visión de la platija frita y las patatas

           cortadas en trozos hizo que este sintiera una repentina punzada de hambre famélica.
               —Somos súbditos británicos libres y podemos ir a donde nos plazca —señaló con
           firmeza, antes de coger los cubiertos y atacar la comida.

               —Solo  puedo  llamar  a  eso  tontería  —protestó  Fraser—.  Muchedumbres
           desenfrenadas  recorren  las  calles,  y  el  hombre  al  que  busca  es  astuto  como  una
           víbora.

               Mallory gruñó con tono burlón. Fraser se mostró arisco.




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