Page 228 - La máquina diferencial
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entonces algo más del muchacho de Sussex y algo menos del joven y severo
subalterno—. Los vapores de carbón que salen de la sala de máquinas... —rememoró
Brian—. ¡Y los muchachos que vomitan por todas partes la comida por culpa del
mal-de-mer! Atravesamos ese nuevo canal francés de Suez, directos desde Bombay.
¡Vivimos en ese puñetero transporte durante semanas! Y el asqueroso calor egipcio...
¡Y de ahí directamente al duro invierno de Crimea! Si el cólera o una cuartana no me
llevaron entonces, no tengo que preocuparme por una pequeña bruma londinense. —
Brian lanzó una risita.
—Pensé con frecuencia en ti, allá en Canadá —dijo Mallory a su hermano—. Tú,
que te alistaste durante cinco años, ¡y habiendo guerra! Pero sabía que harías que la
familia se sintiese orgullosa de ti, Brian. Sabía que cumplirías con tu obligación.
—Los Mallory estamos por todo el mundo, Ned —respondió Brian con tono
filosófico. Tenía la voz ronca, pero su rostro barbudo había enrojecido al oír el elogio
de Mallory—. ¿Dónde está nuestro hermano Michael ahora mismo, eh? ¿Y el bueno
de Mickey?
—En Hong Kong, creo —dijo Mallory—. Sin duda, Mick estaría hoy aquí con
nosotros si la suerte hubiera llevado su barco a un puerto inglés. Nuestro Michael
nunca ha sido de los que rehuyen una buena pelea...
—He visto a Ernestina y a Agatha —dijo Brian—. Y a sus pequeñines. —No
comentó nada sobre Dorothy. La familia ya no hablaba de Dorothy. Brian cambió de
postura sobre aquella lona llena de bultos y lanzó una mirada cauta hacia las almenas
de un palacio de la intelectualidad que se alzaba sobre ellos—. No me hace mucha
gracia pelear en las calles —comentó—. Ese fue el único sitio en el que los ruskis nos
hicieron daño de verdad, en las calles de Odesa. Pelear y combatir casa por casa,
como bandidos... Eso no es una guerra civilizada. —El joven frunció el ceño.
—¿Por qué no se levantaron y presentaron batalla con honestidad? Brian lo miró
sorprendido y luego se echó a reír de forma un poco extraña. —Bueno, desde luego lo
intentaron al principio, en Alma e Inkermann. Pero les dimos semejante tunda que
entre ellos cundió el pánico. Podrías decir que en parte fue cosa mía, supongo. La
Artillería Real, Ned.
—Cuéntame —dijo Mallory. —Somos la más científica de las fuerzas. Les
encanta la artillería a tus radicales
militares. —Brian apagó otra gruesa chispa de la chimenea con un pulgar mojado
en saliva—. ¡Intelectuales militares especiales! Son unos hombrecillos soñadores con
anteojos en la nariz y números en la cabeza. Jamás han visto una espada
desenvainada ni una bayoneta. No les hace falta ver esas cosas para ganar una guerra
moderna. Todo son trayectorias y tiempos de mecha.
Brian contempló con suspicacia a un par de hombres con impermeables sueltos
que bajaban la calle con aire furtivo.
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