Page 230 - La máquina diferencial
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estuve muy seguro de quiénes eran esos «cipayos» exactamente.
—Los cipayos son tropas nativas. Tuvimos una serie de problemas con unos
amotinados, tonterías musulmanas. ¡Que si había grasa de cerdo en sus cartuchos de
rifle...! Una simple ridiculez nativa. Pero a los musulmanes no les hace gracia comer
cerdo, ya sabes, todo muy supersticioso. Parecía peligroso, pero el virrey de la India
no había dotado a los regimientos nativos de artillería moderna alguna. Una batería
de morteros Wolseley puede enviar a un regimiento bengalí directo al infierno en
cinco minutos.
Los hombros trenzados de oro de Brian resplandecieron cuando los encogió.
—Con todo, vi barbaridades en Meerut y Lucknow, durante la rebelión... Nadie
pensaría que un hombre es capaz de cometer actos tan salvajes y viles. Sobre todo a
nuestros propios soldados nativos, a los que nosotros mismos habíamos entrenado.
—Fanáticos —asintió Mallory—. El indio normal, sin embargo, debe estar
agradecido por tener un gobierno civil decente. Y ferrocarriles, telégrafos, acueductos
y demás.
—Bueno —dijo Brian—, cuando ves a un faquir hindú sentado en el hueco de un
templo, mugriento y desnudo, con una flor en el pelo, ¿quién puede decir lo que pasa
dentro de esa mente extraña? —Guardó silencio y luego señaló con brusquedad por
encima del hombro de Mallory—. Allí... ¿Qué están haciendo esos granujas?
Mallory se giró y miró. En la boca de una calle adyacente, el pavimento había
sido tomado por un corro grande y floreciente de jugadores.
—Están jugando a los dados —le explicó Mallory.
Un grupo de tipos desaliñados y despeinados, una especie de avanzadilla
primitiva de los piquetes rebeldes, vigilaba bajo un toldo mientras se pasaba una
botella de ginebra. Un granuja obeso les hizo un gesto obsceno cuando el Céfiro pasó
resoplando, y sus sorprendidos compañeros abuchearon y lanzaron pullas incrédulas
desde detrás de sus máscaras raídas.
Brian se tiró cuan largo era sobre el carro de carbón y miró por encima del borde
de madera.
—¿Están armados?
Mallory parpadeó.
—No creo que quieran hacernos ningún daño...
—Van a abalanzarse sobre nosotros —anunció Brian.
Mallory miró sorprendido a su hermano, pero mayor fue su asombro cuando
comprobó que tenía razón. Los desarrapados corcoveaban tras el Céfiro y casi
bajaban dando saltos por la calle vacía, agitando los puños y derramando ginebra por
todas partes. Parecían poseídos por una energía colérica, como perros de granja que
ladraran mientras perseguían un carruaje. Brian se irguió sobre una rodilla,
desabotonó la solapa de la pistolera y llevó la mano hacia la culata grande y extraña
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