Page 231 - La máquina diferencial
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de su arma.
               A  punto  estuvo  de  verse  arrojado  fuera  del  carro  cuando  Thomas  pisó  el
           acelerador. Mallory lo agarró del cinturón y tiró de su hermano, que quedó tendido y

           a salvo. El Céfiro ascendió la calle con estrépito y sin problema alguno, dejando atrás
           una pequeña estela de carbón debido a la sacudida de la aceleración. Tras ellos, sus
           perseguidores  se  pararon  en  seco  sin  poder  creérselo,  y  luego  se  inclinaron  como

           idiotas para recoger el carbón caído, como si fueran esmeraldas.
               —¿Cómo sabías que iban a hacer eso? —preguntó Mallory. Brian se limpió el
           polvo de carbón de las rodillas con un pañuelo.

               —Lo sabía.
               —¿Pero por qué?
               —¡Porque  nosotros  estamos  aquí  y  ellos  están  ahí,  supongo!  ¡Porque  nosotros

           vamos sobre ruedas y ellos a pie! —Miró a Mallory con el rostro enrojecido, como si
           aquellas  preguntas  le  molestaran  más  que  un  tiroteo.  Mallory  se  volvió  a  sentar  y

           desvió la mirada. —Coge la máscara —dijo con suavidad mientras se la tendía—. La
           traje para ti.
               Brian esbozó entonces una sonrisa avergonzada y se anudó al cuello el trocito de
           tela.





           Había soldados con rifles y bayonetas caladas en las esquinas de Piccadilly. Vestían

           uniformes  moteados  modernos  y  sombreros  flexibles.  Comían  gachas  en  cazos  de
           campaña  de  hojalata  marcada.  Mallory  saludó  con  alegría  a  aquellos  secuaces  del
           orden, pero los militares devolvieron al Céfiro una mirada furiosa y de tal suspicacia

           que desistió de su intento. Unas manzanas más adelante, en la esquina de Longacre y
           Drury Lane, los soldados intimidaban con energía a un pequeño pelotón de perplejos
           policías londinenses. Los policías se apiñaban como niños a los que acabaran de reñir

           y se aferraban sin mucha convicción a sus inadecuadas porras. Varios habían perdido
           el  casco  y  muchos  lucían  rudimentarios  vendajes  en  las  manos,  la  cabeza  y  las
           pantorrillas.

               Tom  detuvo  el  Céfiro  para  llenarlo  de  carbón  mientras  Fraser,  seguido  por
           Mallory,  buscaba  información  entre  los  policías  de  Londres.  Les  dijeron  que  la
           situación  al  sur  del  río  estaba  fuera  de  control.  Se  libraban  en  Lambeth  batallas

           campales con trozos de ladrillo y pistolas. Las turbas saqueadoras habían bloqueado
           muchas calles. Algunos informes decían que habían abierto de par en par el Hospital
           Bedlam, y que sus lunáticos desencadenados brincaban frenéticos por las calles.

               Los  policías  tenían  el  rostro  cubierto  de  hollín  y  tosían  agotados.  Todos  los
           hombres  sanos  del  cuerpo  estaban  en  las  calles.  Un  comité  de  emergencia  había
           llamado al Ejército y se había declarado un toque de queda general. En el West End

           se  estaban  nombrando  voluntarios  entre  las  clases  respetables,  y  se  los  estaba


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