Page 40 - La máquina diferencial
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tipos de sífilis eran horribles y podían volverte loca, o ciega, o impedida. Quizás
aquel fuera el misterio. Mick lo sabría. Era muy probable que Mick lo supiera todo al
respecto.
Houston explicó que había dejado los Estados Unidos con gran disgusto y que se
había marchado a Texas, y ante aquella última palabra apareció un mapa que
mostraba una zona en el centro del continente. El general aseguró que había
marchado allí en busca de tierra para sus pobres y sufrientes indios cherokees, aunque
todo resultó un tanto confuso.
Sybil preguntó la hora al tipo con pinta de truhán que tenía al lado. Solo había
pasado una hora. Ya había transcurrido un tercio del discurso. Se acercaba su
momento.
—Deben imaginar una nación muchas veces más grande que sus islas natales —
dijo Houston—, sin más carreteras que las trochas de los indios entre la hierba.
Carente en aquella época de una sola milla de ferrocarril británico, carente de
telégrafo e incluso de máquinas de cualquier clase. Como comandante en jefe de las
fuerzas nacionales texanas, mis órdenes no disponían de correo más veloz y fiable
que el explorador montado, cuyos recorridos se veían amenazados por los comanche
y los karankawa, por los grupos armados mexicanos y por los diez mil peligros
ignotos de las tierras salvajes. No es de extrañar que el coronel Travis recibiera mis
órdenes demasiado tarde, y que pusiera su confianza, trágicamente, en los refuerzos
liderados por el coronel Fannin. Rodeado por una fuerza enemiga que lo superaba en
una proporción de cincuenta a uno, el coronel Travis declaró como su objetivo la
victoria o la muerte..., sabiendo de sobra que el indudable destino sería el segundo.
Los defensores de El Álamo perecieron hasta el último hombre. El noble Travis, el
intrépido coronel Bowie y David Crockett, una auténtica leyenda entre los hombres
de la frontera —los señores Travis, Bowie y Crockett ocuparon cada uno un tercio de
la pantalla del quino, sus rostros extrañamente cuadrados por la reducida escala de la
representación—, proporcionaron un tiempo precioso para mi estrategia fabiana.
Más cháchara soldadesca. En ese momento, Houston se retiró un paso del atril y
señaló el quino con su pesado bastón pulimentado.
—Las fuerzas de López de Santa Ana estaban dispuestas como ven aquí, con los
bosques en su flanco izquierdo y los ríos pantanosos de San Jacinto a su espalda. Sus
ingenieros de asedio habían establecido una línea defensiva alrededor del tren del
bagaje, con emplazamientos de troncos afilados, aquí representados. Sin embargo, las
marchas forzadas a través del vado de Burnham permitieron a mi ejército de
seiscientos hombres alcanzar las orillas boscosas del brazo del río Buffalo, algo que
el enemigo desconocía. El asalto comenzó con un rápido fuego de cañón desde el
centro texano... Ahora podemos contemplar el movimiento de la caballería ligera
texana... El impacto de la carga de infantería sumió al enemigo en la confusión y le
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