Page 47 - La máquina diferencial
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sitio bastante formal que no admitía mujeres. Su clientela estaba formada por jóvenes
oficinistas y tenderos, y el placer más osado en oferta era una tirada en una máquina
de apuestas que funcionaba con monedas.
A las habitaciones superiores se llegaba por unas escaleras oscuras y empinadas
que trepaban bajo una claraboya cubierta de hollín, hasta un hueco en el que
aparecían un par de puertas idénticas. El señor Cairns, el casero, tenía sus
habitaciones detrás de la puerta de la izquierda.
Sybil subió las escaleras, revolvió en el manguito hasta que encontró una caja de
penique de luciferes y encendió uno. Cairns había encadenado una bicicleta a la
barandilla de hierro que se asomaba al hueco de la escalera; el candado de latón
resplandeció bajo la llama de la cerilla. La joven sacudió el lucifer para apagarlo, con
la esperanza de que Hetty no hubiera echado los dos pestillos a la puerta. No lo había
hecho y la llave de Sybil giró con suavidad en la cerradura.
Toby estaba allí para recibirla, andando sin ruido sobre las tablas desnudas para
enredarse entre sus tobillos y ronronear como un loco.
Hetty había dejado sobre la mesa de tablones que había en la entrada una lámpara
de aceite con la luz baja. Ya humeaba: había que recortar la mecha. Era una locura
haberla dejado así encendida pues Toby podría haberla derribado, pero Sybil
agradeció no haber encontrado el sitio sumido en la oscuridad. Cogió a Toby en
brazos. Olía a arenque.
—Así que Hetty te ha dado de comer, ¿eh, cariño? —El gato maulló con suavidad
y se peleó con las cintas de su sombrero.
El dibujo del papel pintado pareció bailar cuando Sybil levantó la lámpara. El
vestíbulo no había visto la luz del sol en todos los años que el Hart había
permanecido allí, pero sin embargo las flores pintadas se habían desvaído y adquirido
un tono parecido al polvo.
La habitación de Sybil tenía dos ventanas, aunque se abrían a una pared ciega de
sucio ladrillo amarillo, tan cercana que podría haberla tocado si alguien no hubiera
puesto clavos en los marcos de las ventanas. Con todo, en los días brillantes, cuando
el sol se hallaba directamente sobre su cabeza, sí que se filtraba un poco de luz. Y la
habitación de Hetty, aunque era más grande, solo tenía una ventana. Si Hetty se
encontraba en casa debía de estar sola y dormida, ya que no se filtraba ninguna luz
por la ranura de su puerta cerrada.
Estaba bien tener una habitación propia e intimidad, por modesta que fuera. Sybil
bajó a Toby pese a sus protestas y se dirigió con la lámpara hacia su puerta, que se
encontraba un poco abierta. Dentro todo estaba tal y como lo había dejado, aunque
vio que Hetty había puesto el último número del Illustrated London News sobre su
almohada, con un grabado de Crimea en la primera página, una escena de una ciudad
en llamas. Colocó la lámpara sobre la tapa de mármol agrietado de la cómoda. Toby
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