Page 53 - La máquina diferencial
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eso?
               —Me ha birlado las quinotarjetas —dijo Mick. —¡Pero te las mandé a París, al
           apartado de correos! —protestó Sybil—. ¡Como me dijiste que hiciera!

               —Esas no, tontuela, ¡las quinotarjetas del discurso!
               —¿Tus tarjetas del teatro? ¿Las robó?
               —Sabía que tenía que guardar mis tarjetas, llevármelas conmigo, ¿no lo ves? Así

           que se las ha arreglado para vigilarme y ahora me las ha birlado del equipaje. Dice
           que después de todo no me va a necesitar en Francia, pues ya tiene mi información.
           Contratará a algún cebollino que sepa llevar un quino por poca pasta. O eso dice.

               —¡Pero eso es robar!
               —«Tomar prestado», según él. Dice que me devolverá mis tarjetas en cuanto las
           haya hecho copiar. De ese modo yo no pierdo nada, ¿ves?

               Sybil estaba aturdida. ¿Le estaba gastando una broma?
               —¿Pero eso no es robar, de algún modo?

               —¡Intenta discutir eso con el puñetero Samuel Houston! ¡Una vez robó un país
           entero, demonios, lo dejó mondo y lirondo!
               —¡Pero tú eres su hombre! No puedes dejar que te robe.
               Mick la interrumpió.

               —Si  vamos  a  eso,  también  podrías  preguntar  cómo  conseguí  elaborar  ese
           programa  francés  tan  elegante.  Se  podría  decir  que  tomé  prestado  el  dinero  del

           general para ello, por llamarlo de algún modo. —Le mostró los dientes en una amplia
           sonrisa—. No es la primera vez que nos gastamos estas triquiñuelas. Es una especie
           de prueba, ¿no lo ves? Un tipo tiene que ser un canalla consumado para viajar con el
           general Houston...

               —Oh,  Señor  —dijo  Sybil  hundiéndose  en  su  miriñaque,  sobre  la  otomana—.
           Mick, si supieras lo que he estado pensando...

               —¡Anímate, entonces! —Mick la levantó—. Necesito esas tarjetas y están en su
           habitación. Vas a encontrarlas y a birlárselas para mí. Yo voy a volver ahí para salir
           del paso, fresco como una lechuga. —Se echó a reír—. Ese viejo hijo de puta quizá
           no lo hubiera intentado de no haber sido por los trucos que saqué en su conferencia.

           ¡Tú  y  Corny  Simms  conseguisteis  que  se  sintiera  en  su  salsa!  Pero  todavía  le
           tomaremos el pelo, tú y yo juntos...

               —Tengo miedo, Mick —dijo Sybil—. ¡Yo no sé robar cosas!
               —Pero tontuela, pues claro que sabes —respondió Mick.
               —Bueno, ¿entonces vendrás conmigo a ayudarme?

               —¡Pues claro que no! Entonces se enteraría, ¿no? Le dije que eras una amiga del
           periódico. Si me quedo a hablar mucho tiempo olerá gato encerrado, seguro. —Mick
           la miró furioso.

               —Está bien —dijo Sybil, derrotada—. Dame la llave de su habitación.




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