Page 292 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

                     Para distraer a mis hijos de este enrarecido ambiente, le he rogado a Farax que los
               instruya y los ejercite en la monta y en el manejo de las armas. En otras circunstancias, me
               habría sido muy grato rememorar cómo lo hacía conmigo mi tío Abu Abdalá en Almuñécar;
               sin embargo, ahora mismo estoy viendo casi con aflicción los delicados brazos de Ahmad
               guiados por los fornidos de Farax. Tienden entre los dos una ballesta.
                     Yusuf, mientras —los más pequeños se aferran al presente—, corretea dichoso.
                     Les he prometido que, cuando estén preparados —confío en que se demoren—, nos
               iremos un mes entero de cacería a la sierra de Lújar donde hay osos y jabalíes y venados.
               Ahmad, en cuanto se levanta —y aun antes, porque creo que sueña con ello—, corre en
               busca de Farax, su maestro, del que no se despega. Farax, a veces, en mitad del ejercicio,
               levanta los ojos a la ventana, desde la que yo los contemplo.

                     Quizá entre los criados desaparecidos estaba el espía o los espías. La tensión se ha
               suavizado.
                     Todos intentamos convencernos de que el peligro ha desaparecido.
                     Moraima, a quien se le nota la incipiente preñez, está más hermosa que nunca.
                     Dos perros de la jauría han muerto, pero Bejir le ha restado importancia: afirma que
               nada tienen que ver esas muertes con los atentados contra mí.
                     Yo, en secreto, he escrito una carta a los reyes. Es en Barcelona donde ahora está su
               corte. En la carta les propongo ir allí a tratar con ellos para dilucidarlo todo y suplicarles la
               paz en mi retiro.  Por si a los reyes no les  llega la  suya, he enviado con  El  Maleh otra
               semejante a Zafra.

                     Ahmad me ha dado hoy las gracias por una nueva ballesta que le mandé hacer en
               Granada. Se me acercó de la mano de Farax. Quizá ha sido éste el que le recomendó que
               me la agradeciera.
                     Mi hijo es guapo, esbelto y bien plantado. A su abuela le satisface ver cómo tiende la
               ballesta y dispara, y cómo se aproxima cada vez más al blanco. A Moraima, por el contrario,
               no parecen gustarle estos juegos de guerra.
                     Apenas si sentimos deslizarse el tiempo. Pronto el frío empezará a entibiarse.

                     Hoy he recibido respuesta de los reyes.  Es breve; lo suficiente para  declararme su
               propósito.
                     Eluden darme la licencia para viajar a  Barcelona: una ciudad lejana, dicen, cuyo
               camino podría fatigarme. Y me sugieren que, en mi lugar, envíe a Aben Comisa.
                     Todo, a su entender, tendrá una solución satisfactoria. No debo preocuparme; tanto yo
               como mi familia estamos bajo seguro, que ellos me garantizan.
                     Pero después añaden, inesperadamente, que, con la misma fecha, han expedido otra
               carta al gobernador de Almería en estos o parecidos términos: ‘Desde la hora en que esta
               carta llegue a vuestras manos, no pondréis obstáculo alguno a que Muley Boabdil embarque
               hacia el lugar de África que más le plazca. Y que haga lo propio todo el que tuviese noticia
               de esta carta, guardándose fielmente lo pactado con él. El cumplimiento de todo lo cual será
               exigido con el máximo rigor’.
                     Cuando los fuertes aspiran a ser además astutos, sólo consiguen ser despreciables;
               un león no puede comportarse como un zorro sin inspirar repulsión.
                     En cualquier caso, Aben Comisa viajará a Barcelona.

                     Los ciruelos y los albaricoqueros les han arrebatado su turno de flor a los almendros.
               Pronto los sustituirán a ellos los membrillos.




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