Page 293 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

                     Se ha hundido el mundo.  Farax murió hace una semana.  Ha sido todo tan
               inimaginable y tan injusto que sólo a un Dios malvado puede atribuirse.
                     La mañana era suntuosa. Ahmad disparaba con su nueva ballesta.
                     Farax corrió hasta el blanco, señalándole el centro para que atinara mejor. Lo animó
               con la risa y con los brazos.
                     —Vamos —le decía—. ¡Ahora!
                     La saeta le entró por el ojo izquierdo.

                     Todavía no me he convencido de que es cierto, de que no volveré a ver más su joven
               hermosura, ni escucharé su voz.
                     Ahora descansa en el jardín que mi cuerpo tenía que haber inaugurado.
                     No he salido desde entonces de esta habitación. Me es imposible resignarme. Lloro
               hoy, y lloraré el resto de mi vida. Farax y muerte eran las dos palabras más contrarias; ahora
               son una sola. Me reprocho no haberle confesado cuánto lo amaba. Me reprocho no haberlo
               amado más.
                     El Destino se burla de nosotros: murió en un juego aquél a quien la muerte acarició mil
               veces en la guerra.
                     No se ausenta su rostro de mis ojos; no se ausenta su risa de mi oído. Hoy lo amo
               más que nunca.
                     Si estuviera en mi mano, empezaría a creer en la eternidad con tal de recobrarlo.
                     No quiero ver a nadie. No quiero comer: comería sólo si tuviese la certeza de que aún
               me envenenaban las comidas. Me ha golpeado tan de plano el filo de su muerte que juro
               que la mía es lo que más deseo.
                     Farax, Farax: tu cuerpo se ha deshecho bajo el jardín que trazamos y vimos crecer
               juntos. ¿Cómo iba yo a pensar que tú serías su abono? ¿Por qué te escondes de quien te
               ama más cada  día?  ¿Cómo voy a dormir, cuando detrás de mí tu  muerte está
               acechándome: tu muerte, no mi muerte?

                     Mi madre, con el pretexto de que la presencia de Ahmad reaviva mis recuerdos, se lo
               ha llevado a vivir con ella. Yo, como un sonámbulo, veo pasar con infinita lentitud los días
               ante mí. Sé que Moraima siempre está cerca, al alcance de mi voz; pero me siento incapaz
               de llamarla. Me siento incapaz de cualquier cosa.
                     He intentado quemar estos papeles, que  ahora son  sólo  un testimonio más de  mi
               infortunio. Moraima lo impidió.
                     No quiero ningún lenitivo para mi dolor.  El de la muerte de  Farax, que culmina  los
               anteriores, quiero que no tenga atenuantes. La única manera de terminar con el dolor es
               dejar que él termine conmigo.  Me propongo  no reflexionar sobre lo sucedido:  eso sería
               comenzar a aceptarlo. Porque no se trata sólo de que me duela el alma, me duele todo: la
               piel y la carne y los huesos. Me he vuelto frágil; me he vuelto quebradizo, propenso a las
               heridas.  Me hiere el fulgor del sol, y la temperatura agradable, y el rosa intenso del
               amanecer o el del  Poniente.  Levanto contra todo mis reproches.  La realidad es  que me
               aborrezco.


                     Hoy recojo estos papeles en que momentáneamente me había reflejado.
                     Hace tres  meses que  no escribía  en ellos.  Los recojo como si se refiriesen a una
               persona distinta, y acaso fallecida.
                     ¿Cómo no reflexionar?
                     Para llegar a la soledad no deseada, sino impuesta, pocos atajos tan directos como el
               dolor.



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