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JESÚS — UN MAESTRO VERDADERAMENTE DEFINITIVO

                  rodeos el Señor le dijo que debía deshacerse de aquello que cegaba sus ojos e inclinaba sus
                  sentimientos hacia asuntos terrenales. Vende todo. Reparte entre los pobres. Ven y sígueme.
                  Entonces  tendrás  tesoros  de  una  naturaleza  celestial,  le  dijo  el  Maestro  franca  y  muy
                  directamente. Esto fue devastador y chocante para el desconcertado gobernante. Esto le golpeó
                  como un rayo. Él no contaba con tener que tomar una decisión como ésa. No se le había ocurrido
                  que tendría que preferir a Dios por encima de su oro; no contaba con que tendría que poner al
                  Salvador por encima de sus depósitos de plata; estaba muy lejos de comprender que para que
                  el cielo lo hiciera verdaderamente rico, las riquezas terrenales tenían que ceder el paso a la
                  redención. Para llegar a lo que estaba buscando tenía que preferir al Mesías por encima de todo
                  ese dinero que le esperaba en casa. Para que el cielo resplandeciera con el brillo de la riqueza
                  real, la verdad tenía que ganar precedencia sobre las cosas.
                  Sus ojos se apartaron de Dios y se concentraron en el oro que había en su casa. Retiró su mano
                  de la mano del Maestro para seguir contando la plata atesorada en casa. Su corazón dejó de
                  anhelar el cielo y sus tesoros espirituales; ahora suspiraba por sus riquezas terrenales, por su
                  tesoro mundano.

                  El dinero y el Maestro eran dos imanes que atraían sus sentimientos ese día. El Mesías fue
                  relegado al segundo lugar; el dinero, como pasa con frecuencia, ganó el primer lugar del afecto
                  humano. Nunca olvidemos que cuando Jesús es colocado en segundo lugar, no hay esperanza
                  para el alma que irá a la perdición. Cada uno de los tres escritores esta interesante narrativa
                  pretende  capturar  el  momento  de  la  despedida.  Mateo  utiliza  «triste».  Marcos  emplea  el
                  término «afligido». Lucas dice que se fue «muy triste». No se fue «enojado»; tampoco se fue
                  contento; se fue con una gran tristeza en el alma, con aflicción en el corazón, pero SE FUE.
                  En cuanto abandonó la consulta con Cristo, dio la ESPALDA al Salvador y ahora su ROSTRO estaba
                  enfocado en sus riquezas terrenales. Allí era donde su verdadera lealtad había estado todo el
                  tiempo. Simplemente no se había dado cuenta que esa era su realidad hasta que fue probado
                  con un examen absoluto de la verdad y por las exigencias específicas de un discipulado devoto.
                  Por favor note que Jesús no le pidió que regresara. No corrió detrás de él para disculparse por
                  la  dificultad  que  conlleva  ser  un  discípulo.  Jesús  no  suavizó  en  lo  más  mínimo  las  estrictas
                  demandas de la verdad. Jesús fue definitivo en sus exigencias; fue un Señor definitivo; no fue un
                  predicador o maestro «sentimentalista». No era un Maestro fácilmente moldeable o flexible
                  como para permitir que cada persona estableciera su propio conjunto de estipulaciones para
                  servir en el reino mesiánico venidero. El todopoderoso Mesías estaba/está «en el asiento del
                  conductor» TODO el camino. Jesús declaró el principio en el Sermón del Monte. Vemos este
                  claro ejemplo cerca del final de Su ministerio terrenal. Hasta ese día, es ciertamente dudoso que
                  alguien hubiera podido convencer al joven rico de que el oro y la plata tenían más valor que la
                  Deidad y que la vida eterna en las mansiones celestiales. Pero después de conocer a Jesús se
                  percató de que estas cosas ocupaban el primer lugar para él. Mammón (palabra aramea para
                  riquezas y opulencia) reclamaba una lealtad apasionada y un afecto imperecedero en su corazón
                  terrenal. Él descubrió de una vez por todas que NO PODÍA SERVIR A DIOS Y A MAMMÓN. Ningun
                  hombre puede hacerlo.

                  ¡Jesús era/es un maestro y predicador definitivo!







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