Page 15 - JESÚS — UN MAESTRO VERDADERAMENTE DEFINITIVO
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JESÚS — UN MAESTRO VERDADERAMENTE DEFINITIVO
Lección 5
«No todos… entrarán»
«No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la
voluntad de mi Padre que está en los cielos.» (Mat. 7:21).
Este pasaje declara de manera muy enfática que Dios exige obediencia absoluta a Su voluntad
para que Él otorgue salvación. La obediencia es la puerta de la iglesia y finalmente del cielo (Apo.
22:14). Hacer la voluntad de Dios implica obedecer esa voluntad pue Dios no tiene plan de
salvación para un alma que no se entregue. Jesús hizo una pregunta y luego discutió en qué
consisten la obediencia y la desobediencia en las siguientes Escrituras:
«¿Y por qué me llamáis: “Señor, Señor”, y no hacéis lo que yo digo? Todo el que viene a mí y
oye mis palabras y las pone en práctica, os mostraré a quién es semejante: es semejante a un
hombre que al edificar una casa, cavó hondo y echó cimiento sobre la roca; y cuando vino una
inundación, el torrente dio con fuerza contra aquella casa, pero no pudo moverla porque había
sido bien construida. Pero el que ha oído y no ha hecho nada, es semejante a un hombre que
edificó una casa sobre tierra, sin echar cimiento; y el torrente dio con fuerza contra ella y al
instante se desplomó, y fue grande la ruina de aquella casa.» (Lc. 6:46-49).
Jesús no solamente enseñó a los demás a obedecer, sino que Él mismo obedeció. La primera vez
que le vemos hablar en su niñez, cuán impresionante es la manera en la que ejecuta e ilustra
esto cuando dice a José y a María: «¿Por qué me buscabais? ¿Acaso no sabíais que me era
necesario estar en la casa de mi Padre?» (Lc. 2:49).
La obediencia parcial no es obediencia verdadera. Tomando como referencia algunos puntos de
vista, «El Joven Rico» era un muy probable prospecto para ser un fiel discípulo de Cristo, pues
cuando el Maestro le cuestionó acerca de los mandamientos, él pudo responder sin titubear:
«Todos los he guardado desde mi juventud». Sin embargo, cuando el Señor abrió la puerta para
que pudiera entrar a servirle, éste se retiró. Esto no sucedió porque el Señor lo haya echado. Él
fracasó como seguidor de Cristo porque no estaba dispuesto a renunciar a sí mismo para seguir
al Señor. En otra ocasión Jesús dijo: «Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncie a todas
sus posesiones, no puede ser mi discípulo.» (Lc. 14:33).
Así como el joven rico aparentaba ser un muy prometedor seguidor del Señor, desde el punto
de vista de muchos, Mateo era un muy improbable prospecto. Muchos de sus contemporáneos
judíos consideraban que él, como todos los publicanos, había vendido su imagen social y su buen
nombre. Para los líderes religiosos judíos él estaba absolutamente más allá de cualquier
esperanza. Pero, un día, llegó a tener contacto con el Señor. «Cuando Jesús se fue de allí, vio a
un hombre llamado Mateo, sentado en la oficina de los tributos, y le dijo: ¡Sígueme! Y
levantándose, le siguió.» (Mat. 9:9). Ese día Mateo se convirtió en un seguidor del Señor a pesar
de los muchos obstáculos. Cuando Jesús le ordenó «Sígueme», él lo hizo inmediatamente pues
la Biblia dice «Y levantándose, le siguió».
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