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JESÚS — UN MAESTRO VERDADERAMENTE DEFINITIVO

                  Cuarto, SOLAMENTE aquellos que se salven obedeciendo el evangelio, serán salvos (Hch. 2:36-
                  41). No todos los que oyeron el sermón de Pedro fueron salvos. Cuando Pedro mandó a sus
                  oyentes, «sed salvos de esta perversa generación», muchos de ellos recibieron su palabra y se
                  bautizaron como tres mil personas. ¡El número de salvos fue SOLAMENTE el número de personas
                  que recibieron la palabra y fueron bautizados!

                  Quinto, SOLAMENTE aquellos que están en la iglesia serán salvos. En Hch. 2:41, 47, todos los
                  salvos [y nadie más que los salvos] fueron añadidos por el Señor a Su iglesia.

                  Sexto, SOLAMENTE aquellos que se mantengan fieles serán salvos. «Sé fiel hasta la muerte, y
                  yo te daré la corona de la vida» (Apo. 2:10; comp. 2 Pe. 1:5-11; Heb. 3:12-4:1).

                                                    Si no os arrepentís

                  Uno de los mandamientos del Señor es ARREPENTÍOS, O PERECERÉIS (Lc. 13:3, 5). Cristo recién
                  había declarado que había venido «no a traer paz, sino división» (Lc. 12:51). La audiencia había
                  sido advertida por Él de cuidarse de la levadura [falsa enseñanza] de los fariseos, y con respecto
                  a estar atentos de las señales de aquellos tiempos, pero sin hacer una aplicación personal.

                  En  poco  tiempo  fue  interrumpido  por  algunas  noticias  que  recibió  mientras  aún  estaba
                  hablando. Le contaron que Pilato había mezclado sangre de galileos con la de sus sacrificios. No
                  era extraño que se dieran estas revueltas pues el odio entre romanos y judíos era intenso (vea
                  Josefo). Los soldados romanos habían descendido de la fortaleza Antonia [la cual miraba por
                  encima del templo] y mataron a estos adoradores a filo de espada, mezclando la sangre de los
                  adoradores con la del sacrificio.

                  El primer pensamiento que vino a la mente de los oyentes fue el de creer que éstos debían ser
                  pecadores de los peores, razón por la cual el juicio de Dios cayó sobre ellos debido a sus pecados.
                  Este no es distinto al pensamiento de muchos, hoy. «¿Qué hizo para merecer esto?» Ese era
                  exactamente  el  pensamiento  de  los  amigos  de  Job—  que  el  sufrimiento  de  Job  era  una
                  retribución de Dios por algún terrible pecado que él había cometido. Pero, los amigos de Job no
                  habían hablado verdad. Algunas veces los hombres sufren debido a sus pecados; sin embargo,
                  estos galileos no eran pecadores de una peor clase que la del resto de los galileos, como para
                  haber  traído  esto  sobre  ellos.  El  Señor  respondió,  «Os  digo  que  no;  al  contrario,  si  no  os
                  arrepentís, todos pereceréis igualmente».

                  Luego  Jesús  recordó  a  los  dieciocho  sobre  los  cuales  cayó  la  torre  de  Siloé.  Preguntó:
                  «¿eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén?». Esto no fue resultado
                  de crímenes que habían cometido, como suelen suponer algunos. Estas muertes violentas no
                  acontecieron ni por agencia humana ni divina—fueron accidentes. Cristo dijo:  Os digo que no;
                  al contrario, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente». La destrucción de los galileos y
                  la  de  aquellos  dieciocho  eran  advertencias  en  cuanto  a  la  urgencia  de  arrepentirse.  El
                  arrepentimiento es tanto un solo acto decisivo (v. 5), como también una continua necesidad (v.
                  3).
                                                Todos pereceréis igualmente

                  Cuando el Señor advirtió, «Si no os arrepentís» enfocó la atención en los pecados de los que
                  estaban presentes; no vendría menos juicio que los previamente mencionados si ellos rehusaban
                  arrepentirse.  El  arrepentimiento  es  un  cambio  de  mente,  provocado  por  un  compungir  del
                  corazón que resulta en una reforma de vida. Uno debe morir al amor al pecado y a su práctica.
                  O nos arrepentimos, o perecemos; ¡No hay alternativa! Note el alcance del mandamiento—


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