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JESÚS — UN MAESTRO VERDADERAMENTE DEFINITIVO

                  TODOS. Además, cada calamidad, cada enfermedad, cada muerte es una advertencia—después
                  de la muerte viene el juicio (Heb. 9:27). Dios amorosamente pide al hombre que se arrepienta,
                  mientras hay tiempo y oportunidad. Sn embargo, «El Señor juzgara a su pueblo. ¡Horrenda
                  cosa es caer en las manos del Dios vivo!» (Heb. 10:30-31).

                  El Señor vino a este mundo a buscar y a salvar a los perdidos (Lc. 9:10); abandonó el cielo,
                  soportó  los  más  severos  sufrimientos  y  vergüenzas,  y  dio  Su  vida  para  cambiar  vidas.  Su
                  motivación  fue  rehacer  a  las  personas.  Esta  absorbente  y  urgente  pasión  depende  del
                  arrepentimiento del hombre; no hay otra manera de escapar del infierno del diablo (2 Tes. 1:6-
                  12). Es por esto el imperativo ¡ARREPENTÍOS, O PERECERÉIS! Jerusalén rehusó arrepentirse, y
                  pereció  (Mat.  23:37-38).  Judas  rehusó  arrepentirse,  y  pereció  (Hch.  1:25).  Si  rehusamos
                  arrepentirnos, pereceremos. Con temas de tal urgencia y severidad ni siquiera el amor de Cristo
                  podía  hablar  gentilmente.  Almas  preciosas  están  involucradas.  ¡Esto  requiere  una  gran
                  severidad!

                  Entonces, querido lector, ¿quiénes pueden salvarse? SOLAMENTE aquellos que se esfuercen por
                  entrar  y  que  caminen  por  la  senda  estrecha.  SOLAMENTE  aquellos  que  se  arrepientan.
                  SOLAMENTE  aquellos  que  perseveren  hasta  el  fin.  SOLAMENTE  aquellos  que  mediante  una
                  obediente confianza permiten que la gracia y misericordia de Dios les eviten el castigo de la
                  justicia y del juicio de Dios. La verdad fundamental es esta: quien no se arrepienta ciertamente
                  perecerá—eternamente, excesivamente y sin esperanza alguna.

                  ¡La buena nueva es que podemos arrepentirnos y ser salvos por la gracia de Dios!
































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