Page 122 - Aldous Huxley
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                  -En Malpaís -murmuraba incoherentemente el Salvaje-, había que llevar a la novia la
                  piel de un león de las montañas... Quiero decir cuando uno desea casarse. O de un lobo.




                  -En Inglaterra no hay leones -dijo Lenina en tono casi ofensivo.

                  -Y aunque los hubiera -agregó el Salvaje con súbito resentimiento y despecho-, supongo
                  que los matarían desde los helicópteros o con gas venenoso. Y esto no es lo que yo
                  quiero, Lenina. -Se cuadró, se aventuró a mirarla y descubrió en el rostro de ella una
                  expresión de incomprensión irritada. Turbado, siguió, cada vez con menos coherencia-.
                  Haré algo. Lo que tú quieras. Hay deportes que son penosos, ya lo sabes.

                  Pero el placer que proporcionan compensa sobradamente. Esto es  lo  que  me  pasa.
                  Barrería los suelos por ti, si lo descaras.


                  -¡Pero, si aquí tenemos aspiradoras! -dijo Lenina, asombrada-. No es necesario.

                  -Ya, ya sé que no es necesario. Pero se puede ejecutar ciertas bajezas con nobleza. Me
                  gustaría soportar algo con nobleza. ¿Me entiendes?

                  -Pero si hay aspiradoras...


                  -No, no es esto.

                  -... y semienanos Epsilones que las manejan -prosiguió Lenina-, ¿por qué ... ?


                  -¿Por qué? Pues... ¡por ti! ¡Por ti! Sólo para demostrarte que yo...

                  -¿Y qué tienen que ver las aspiradoras con los leones ... ?


                  -Para demostrarte cuánto...

                  -... o con el hecho de que los leones se alegren de verme?


                  Lenina se exasperaba progresivamente.

                  -...para demostrarte cuánto te quiero, Lenina -estalló John, casi desesperadamente.

                  Como  símbolo  de  la  marea ascendente de exaltación interior, la sangre subió a las
                  mejillas de Lenina.


                  -¿Lo dices de veras, John?

                  -Pero  no  quería decirlo -exclamó el Salvaje, uniendo con fuerza las manos en una
                  especie de agonía-. No quería decirlo hasta que... Escucha, Lenina; en Malpaís la gente
                  se casa.

                  -¿Se qué?
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