Page 127 - Aldous Huxley
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-John.
El Salvaje no contestaba. Redondo trasero y dedo de patata.
-John...
-¿Qué pasa? -preguntó John, ceñudo.
-¿Te... te importaría darme mi cartuchera malthusiana?
Lenina permaneció sentada escuchando el rumor de los pasos en el cuarto contiguo y
preguntándose cuánto tiempo podría seguir John andando de un lado para otro, si
tendría que esperar a que saliera de su piso, o si, dejándole un tiempo razonable para
que se calmara un tanto su locura, podría abrir la puerta del lavabo y salir a toda prisa.
Sus inquietas especulaciones fueron interrumpidas por el sonido del teléfono en el
cuarto contiguo. El paseo de John se interrumpió bruscamente. Lenina oyó la voz del
Salvaje dialogando con el silencio.
-Diga....
-Sí....
-Si no me usurpo el título a mí mismo, yo soy....
-Sí, ¿no me oyó? Mr. Salvaje al habla....
-¿Cómo? ¿Quién está enfermo? Claro que me interesa...
-Pero, ¿es grave? ¿Está mala de verdad? Iré inmediatamente...
-¿Que ya no está en sus habitaciones? ¿Adónde la han llevado.
-¡Oh, Dios mío: ¡Deme la dirección!
-Park Lane, tres, ¿no es eso? ¿Tres? Gracias.
Lenina oyó el ruido del receptor al ser colgado, y unos pasos apresurados. Una puerta se
cerró de golpe.
Siguió un silencio. ¿Se habría marchado John?
Con infinitas precauciones, Lenina abrió la puerta medio centímetro y miró por la
rendija; la visión del cuarto vacío la tranquilizó un tanto; abrió un poco más y asomó la
cabeza; finalmente, entró de puntillas en el cuarto; se quedó escuchando atentamente,
con el corazón desbocado; después echó a correr hacia la puerta de salida, la abrió, se
deslizó al pasillo, la volvió a cerrar de golpe, y siguió corriendo. Y hasta que se
encontró en el ascensor, bajando ya, no empezó a sentirse a salvo.