Page 107 - Lévêque, Pierre - El mundo helenístico
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LA  ULTIMA  MUTACIÓN  DEL  HELENISMO  ESPIRITUAL  107


      harto bastardo—» para la epopeya, el eolio para el lirismo amoroso y el
      dorio para los cantos bucólicos.
         Sin embargo, Atenas, que en lo esencial había impuesto su dialecto,
     ya no era el centro literario dé la Hélade, salvo en la comedia, Alejandría
      tendió a reemplazarla, pero sin desempeñar aquel papel de capital en la
      filosofía y en las ciencias, Pero había otros centros en absoluto despre­
      ciables, como Siracusa, Tarento, Cos, o Pérgamo.
         La novedad no lue menos evidente en cuanto a las relaciones de los
     creadores con los poderosos y el público, pues apareció una tipología
     humana totalmente nueva: el hombre de letras. Pero, dado que la noción
     de derechos de autor era ajena a la Antigüedad, el literato sólo podía vi­
     vir de las subvenciones de los príncipes, a menos que contara con recur­
     sos propios. El mecenazgo se convirtió, así, en el soporte normal de toda
     vida literaria, especialmente practicado por los primeros lágidas, que ama-
     banda literatura tanto como las artes o las ciencias. El peligro, al que no
     pudieron sustraerse los más eminentes, fue el desarrollo de una poesía
     cortesana, con las inevitables adulaciones serviles. Teócrito, tras haber in­
     tentado en vano atraer iá atención de Hierón II de Siracusa y de haber re­
     sidido en Cos, donde quizá tenía vínculos familiares, se instaló en Ale­
     jandría. Allí se granjeó el favor de Tolomeo Filadelfo, y eso le brindó la
     ocasión de escribir uno de sus peores idilios, el Elogio de Tolomeo: un
     auténtico ejercicio de escuela por la pedante rigidez de su planteamiento,
     toniado de los panegíricos de los sofistas y de los retóricos, y que le llevó
     a alabar, sucesivamente, a los parientes, ai nacimiento y a los méritos de
     Filadelfo. Pero el ejemplo de las Siraeusanas, uno de sus poemas más per­
     fectos, en el que evocaba el comienzo de las fiestas de palacio y abordaba
     delicadamente el juego de la apoteosis de los monarcas, demuestra que la
     poesía cortesana no tiene por qué esterilizar el espíritu.
        Calimaco no era menos hábil a la hora de adular. En el Himno a Dé·-
     /ojyApolonio, aún en el seno materno, pronuncia su primera profecía:
     invita a su madre a evitar Cos, reservada para el nacimiento de Filadel­
     fo, e ir a dar a luz a Délos. Calimaco no dudó en dedicar un poema en­
     tero, que Catulo traduciría al latín, al rapto de un mechón de cabellos de
     la reina Berenice (esposa de Tolomeo III), robado de un santuario y con­
     vertido en constelación celeste.
        Otra innovación fundamental entre los hombres de letras fue que los
     nativos,empezasen a escribir en griego. Tal fue el caso, a principios de la
     época helenística, de dos sacerdotes que explican las tradiciones de su
     país: Beroso, en su Historia de Caldea, y Manetón (del que se menciona­
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