Page 203 - Lévêque, Pierre - El mundo helenístico
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MÁS  ALLÁ  DE  LAS  FRONTERAS  POLÍTICAS  203


         Es cierto que, bajo todas aquellas formas de helenización, el antiguo
     trasfondo romano subsistía, con su carácter resuelto y pragmático y su
     desconfianza frente a especulaciones y búsquedas de una vida mejor: se
     ha insistido mucho en que, en latín, los nombres de legumbres son de raíz
     vernácula,  mientras  que  los  de  las  flores  son  griegos.  Pero  la  oleada
     del helenismo era irresistible, porque, en Italia y en la cuenca oriental del
     Mediterráneo, se dejaban sentir las mismas necesidades y las mismas as­
     piraciones. Desde el siglo III,  Roma es una ciudad helenizada.  Sus más
     prominentes ciudadanos no olvidan su deuda: Cicerón recuerda a su her­
     mano que está al frente de griegos, «una raza que, no contenta con ser ci­
     vilizada, pasa por ser la cuna de la civilización» (A su hermano Quinto, 1,
     1, 27); Virgilio proclama en la Eneida (6, 848 y sigs.), refiriéndose a los
     griegos: «Otros forjarán con más elegancia el anhelante bronce (estoy se­
     guro) y extraerán del mármol vividos rostros, defenderán mejor las cau­
     sas y seguirán con el compás las celestes revoluciones y predecirán el cur­
     so de los astros»; Plinio el Joven aconseja a su amigo Máximo, enviado
     como gobernador a Acaya:  «En  el seno y en  el propio  corazón  de esa
     Grecia [...] fueron descubiertas, en su nacimiento, la civilización, las le­
     tras e incluso el cultivo de la tierra» (Epístolas, 8,24).


     En la Italia sojuzgada


        En la Italia central y meridional, totalmente sometidas políticamen­
     te a Roma, la influencia griega continuó siendo poderosa, especialmente
     en dos zonas en las que habían penetrado desde la época arcaica.
        En Etruria, las artes, que experimentaron un postrer florecimiento,
     manifiestan en todos los ámbitos el influjo helenístico, tanto la estatua­
     ria, que produce obras de primer orden —Minerva de Arezzo, El orador
     de Florencia— , como las artes funerarias, cuya producción es variada:
     urnas  decoradas  con bajorrelieves y,  a menudo,  con la tapa  coronada
     con retratos, que exageran el realismo hasta convertirlo en caricatura, o
     hipogeos adornados con grandes frescos (la tumba François o la tumba
     del Tifón, que datan quizá del siglo i). Las estatuas de terracota (Apolo
     sentado de Faleria, el frontón de Dionisos y Ariadna y el friso gálata de
     Civita Alba) demuestran un perfecto conocimiento de la técnica griega
     y, a menudo, un gusto decidido por el patetismo barroco de Pérgamo.
        En Campania aparece una cerámica  que sustituye a la alfarería ita-
     liota  (desaparecida a principios  del siglo III)  e inunda el mercado occi­
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