Page 39 - Lévêque, Pierre - El mundo helenístico
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LOS ESTADOS HELENÍSTICOS .39
oligarcas. Sometió la Sicilia oriental y volvió de nuevo a la lucha contra
el enemigo ancestral: al no poder someterlo en ia isla, se dirigió a Libia
mediante un golpe de insólita audacia con el que se mostró como un dig
no precursor de Escipión. La empresa terminó en fracaso, pero logró
imponer a los cartagineses una paz de statu quo y el pago de una indem
nización en metálico y en trigo.
Agatocles adoptó el título de rey, que, imitando a los monarcas orien
tales, acuñó en sus monedas. Pero aquel antiguo alfarero detestaba los
fastos y seducía al pueblo con su bondad y su talento de actor. Más cruel
que Fálaris, ejerció la violencia por toda Sicilia y procedió en Siracusa a
una serie de purgas que llevaron a la desaparición de sus más encarniza
dos enemigos: los aristócratas.
Su notoriedad era tal que los tarentinos, hartos de los servicios de los
libertadores que habían llegado de Grecia, recurrieron a él. Luchó en
Italia contra los brucíanos —de Bruttium, actual Calabria— y sometió
Crotona, Logró también apoderarse de Corcira y la entregó, junto a su
hija,*a Pirro.
Este nuevo Dionisio ei Viejo tenía claro que sólo un poderoso reino
griego de las Dos Sicilias podía salvar a Occidente, pero topó con dema
siadas resistencias, especialmente la de los oligarcas desterrados, refugia
dos en Agrigento. Al morir (289), los habitantes de Siracusa recuperaron
la libertad, según su voluntad, pero la perdieron por sus disputas. Los
cartagineses seguían siendo una amenaza ÿ los mercenarios campanianos
de Agatocles, los mamertinos, instalados por la fuerza en Messina, ate
rrorizaban Sicilia.
La gesta de Pirro en O ca dente (280-275)
Parecía que Occidente había encontrado a su salvador en Pirro, cu
ya ayuda también reclamaba Tarento, y que, asimismo, trataba de esta
blecer un reino a ambas orillas del estrecho de Messina.
Por primera vez, Tarento tenía quejas no de sus vecinos itálicos, sino
de los romanos. En el 303, había firmado con Roma un tratado que
prohibía a sus navios superar ei cabo Laciníon (actual Coionna) y que
los romanos violaron en el 282; en una tumultuosa asamblea, el pueblo
de Tarento decidió, bajo el impulso de los demócratas, ir a la guerra. Al
carecer de jefe, acudieron a Pirro, que ya había dado admirables prue
bas de su genio militar y a quien aburría la inactividad.