Page 40 - Lévêque, Pierre - El mundo helenístico
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40                    EL  MUNDO  HELENÍSTICO


         AI  principio,  Pirro  fue  recibido con  entusiasmo  e  incorporó  a su
      causa no sólo las ciudades de la Magna Grecia, sino también a los bár­
      baros itálicos (lucanos y bruaanos). Pero no tardó en ser mal visto por
      los carenónos cuando trató de imponerles una severa disciplina. En to­
      do caso» sus éxitos fueron impresionantes: por dos veces salió victorio­
      so, en Heraclea (280) y en Ausculo (279); tras una audaz marcha, acam­
      pó en Preneste, desde donde pudo contemplar la humeante Roma. Así,
      ofreció por dos veces la paz a ios romanos, quizá porque reconocía su
      valor guerrero y su osada obstinación pese a la derrota, pero, sobre to­
      do, porque no pretendía anular su poder: prefería entenderse con ellos
      para consagrarse a la construcción del gran Imperio griego de Occiden­
      te, que antes que él sólo había alcanzado;, parcialmente, su tío, el Molo-
      so, y su suegro, Agatocles.
         A una nueva llamada, la de los sicilianos, amenazados por los bárba­
      ros, Pirro partió, no sin incertidumbre, de Italia. No dio la espalda a la ta­
      rea emprendida; todo lo contrarío: en la gran isla halló nuevos recursos
      para llevarla a buen puerto. Una vez más, todo empezó entre muestras de
      entusiasmo: proclamado hegem ón y rey, logró grandes victorias sobre los
      cartagineses y cohquistó todas sus provincias excepto Lílibeo, que no pu­
      do tomar al asalto. Pretendió, entonces, seguir los pasos de Agatocles y
      atacar a la propia Cartago. Peto chocó con la indiferencia de sus súbditos
      sicilianos, que lo acusaban de tiranía.
         Ante la ingratitud de los sículos, regresó a Italia, se enfrentó de nue­
      vo a los romanos en una batalla incierta (Benevento), y prefirió recupe­
      rar su reino epirota a fin de acumular las fuerzas necesarias para su em­
      presa. Sólo la muerte le obligaría a renunciar.
         De esta manera se derrumbó su gran sueño: un reino que uniera ba­
      jo su íéruia a griegos y bárbaros helenízados de la Italia meridional y de
      Sicilia, el único capaz de poner freno a las ambiciones de Roma hacia el
      sur. La política monetaria que inició demuestra claramente la importan­
      cia de su plan; siguiendo el patrón ático, acuñó monedas de oro y plata
      con su efigie para untdcar Occidente tal como Alejandro había unifica­
      do Oriente. Pero,  con flexibilidad y pragmatismo, emitió monedas de
      bronce fieles al patrón siciliano, que tenía la ventaja de presentar gran­
      des analogías con el patrón romano de la libra. A esta luz, Pirro no apa­
      rece como el conquistador efímero de ios historiadores griegos ni como
      el rey caballeresco de los analistas romanos, sino como un organizador
      sagaz y lirme que, entre dos campañas, concibió vastos proyectos y los
      llevó a cabo sin prisas. Fue el Alejandro dë Occidente, pero un Alejan­
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