Page 91 - Lévêque, Pierre - El mundo helenístico
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EL MUNDO DE LA CONQUISTA: LA EXPLOTACIÓN DE LOS REINOS 91
en tiempos de Herodoto o de Platon), un preludio de la imparable de
cadencia, harto visible en tiempos de Antonino, en las pobres inscrip
ciones del templo de Esna.
Hay, sin embargo, un equívoco, porque los tolomeos se presentaron
como sucesores legítimos de los faraones y los sacerdotes, por hastío u
oportunismo, aceptaron entrar en el juego. Ahora bien, el faraón era el sa
cerdote único y verdadero, y todos los sacerdotes recibían de él su minis
terio. El rey era quien designaba los puestos más importantes y, de todos
modos, percibía una tasa especial por cada investidura o ascenso en la je
rarquía, ya que los sacerdotes debían comprar tanto su cargo como las
prebendas a él vinculadas. Cada año, en ocasión de su aniversario, el so
berano era saludado solemnemente por el consejo de cinco miembros
electos que administraba cada templo. Así, se establecieron relaciones más
estrechas entre el rey y el clero en interés mutuo: el monarca para asentar
su legitimidad ante los súbditos indígenas y garantizar el culto real en su
forma tradicional, y los sacerdotes para seguir disfrutando de sus ances
trales privilegios.
Mientras conservaron su poder, los tolomeos mantuvieron a raya al
clero. La tierra sagrada, que no había sido confiscada y que seguía com
prendiendo grandes dominios territoriales con talleres —especialmente,
de tejidos— , era administrada directamente por el rey que, en su calidad
de dios, recibía naturalmente los ingresos: no había expolio, porque lo
había habido en el Egipto independiente, cuando el poder faraónico era
fuerte. A cambio, el rey aseguraba la subsistencia a los sacerdotes y el
homenaje litúrgico a los dioses.
Pero al debilitarse los tolomeos, las revueltas indígenas hicieron más
necesario el apoyo del clero, por lo que concedieron inmunidad a los
templos (decreto del 118), privándose de unos considerables ingresos y
colmando de regalos a los encargados de su grey. Cada vez eran más cam
pesinos fugados de los dominios reales que solicitaban refugio al abrigo
de los santuarios: los sacerdotes se convirtieron en sus patronos (en el
sentido que adquirió dicho vocablo en el Bajo Imperio) y acrecentaron en
mayor medida su influencia. A partir de entonces, su riqueza fue tal que
incluso hacían de prestamistas del monarca, recuperando de esta suerte
el inmenso poder temporal adquirido en la VI y XIX dinastías, pero sin
conservar la autoridad espiritual y la dignidad que a la sazón justificaban,
al menos parcialmente, su poder en el seno del Estado.
Si se quiere descender al detalle, es preciso matizar un poco, ya que
el clero era innumerable. A los purificados que sólo podían entrar en el