Page 83 - El camino de Wigan Pier
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considera que ha de hacer notar su presencia, pero no cree que los culíes estén hechos
de un barro diferente al suyo. En Birmania observé innumerables escenas del mismo
tipo. Entre todos los pueblos asiáticos de los que tengo noticia existe una especie de
igualdad natural, una fácil intimidad entre hombre y hombre que es sencillamente
impensable en Occidente. Maugham añade:
«En Occidente, estamos separados de nuestros semejantes por nuestro olfato. El
obrero es nuestro dueño, y tiende a gobernarnos con mano de hierro, pero no puede
negarse que huele mal. Ello no es de extrañar, pues no es agradable tomar un baño al
alba, cuando hay que correr al trabajo antes de que suene la sirena, y el trabajo duro
no predispone al refinamiento. Y uno no se cambia de ropa interior más veces de lo
necesario cuando la colada semanal corre a cargo de una esposa regañona. Yo no le
echo en cara al obrero que huela mal, pero el hecho es que huele mal. Ello le hace
difícil el trato social con personas de nariz sensible. El baño matinal divide a las
clases de manera mucho más efectiva que el nacimiento, la riqueza o la educación».
¿Es cierto que la gente «de clase baja» huele mal? En su conjunto, desde luego, es
cierto que son más sucios que las clases altas. No tienen otro remedio, dadas las
circunstancias en que viven, pues, incluso en nuestros días, más de la mitad de las
casas inglesas carecen de baño. Además, la costumbre de lavarse a diario todo el
cuerpo es en Europa muy reciente, y las clases trabajadoras son, por lo general, más
conservadoras que la burguesía. Pero los ingleses se están volviendo visiblemente
más limpios, y se puede esperar que dentro de cien años lo sean casi tanto como los
japoneses. Es una pena que aquellos que idealizan a la clase obrera crean necesario
alabar con tanta frecuencia todas las formas de su comportamiento, y declaren en
consecuencia que la suciedad es algo meritorio en sí mismo. En este punto, cosa
curiosa, coinciden a veces los socialistas y los católicos demócratas por
sentimentalismo, del tipo de Chesterton. Todos ellos sostienen que la suciedad es
sana y «natural», y que la limpieza es una simple manía, o, todo lo más, un lujo [15] .
No parecen darse cuenta de que con esto no hacen más que reforzar la idea de que los
trabajadores son sucios por gusto y no por necesidad. Lo cierto es que la gente que
dispone de una bañera generalmente la usa. Pero lo esencial es que la gente de clase
media cree que los obreros son sucios —y el fragmento de Maugham que he citado
antes muestra que también él lo creía así—, y, lo que es peor, creen de alguna manera
que son sucios por naturaleza. Una de las cosas peores que yo podía imaginar de
niño era beber de una botella después de haber bebido de ella un picapedrero. Una
vez, cuando tenía trece años, iba en un tren que venía de una ciudad de mercado, y el
vagón de tercera estaba atestado de pastores y porqueros que venían de vender sus
animales. Uno de los hombres sacó una botella de cerveza de litro y la pasó a los
demás. La botella fue pasando de boca en boca y cada cual bebía un buen trago. No
puedo describir el horror que sentí a medida que aquella botella iba aproximándose a
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