Page 85 - El camino de Wigan Pier
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el interior de un automóvil barato. Un amigo que pasa por allí les pregunta quién se lo
ha prestado, a lo cual ellos responden: «¡Es nuestro, lo hemos comprado!». Se
considera que una cosa así es «para salir en el Punch».
El hecho de que los mineros se compren un coche, aunque sea entre cuatro o
cinco, es una monstruosidad, una especie de crimen contra la naturaleza. Ésta es la
actitud que predominaba hace doce años, y no veo que se haya producido ningún
cambio fundamental. La idea de que la clase obrera ha sido absurdamente mimada e
irreparablemente desmoralizada por los subsidios de paro, las jubilaciones, la
educación gratuita, etc., está aún muy generalizada; sólo ha sido un poco modificada,
quizá, por la reciente admisión de la existencia real del desempleo. Para cantidades de
gente de la clase media, probablemente para la gran mayoría de los que tienen más de
cincuenta años, los obreros van a cobrar el subsidio a caballo de sus motocicletas, y
usan la bañera para guardar el carbón. «Y, créalo usted o no, amiga mía, ¡hasta se
casan contando sólo con el subsidio!».
La razón por la que el odio de clase parece disminuir es el hecho de que hoy en
día sus expresiones no suelen imprimirse, en parte debido a la delicadeza verbal
propia de nuestra época, y en parte porque los periódicos, e incluso los libros, han de
tener en cuenta a los lectores obreros. Por lo general, este odio puede observarse lo
mejor de todo en las conversaciones privadas. Pero si quieren ustedes algunos
ejemplos en letra de imprenta, vale la pena echar una ojeada a las aseveraciones del
difunto profesor Saintsbury. Saintsbury era un erudito y, en algunos aspectos, un
juicioso crítico literario, pero cuando hablaba de cuestiones económicas o políticas
sólo se diferenciaba del resto de su clase por el hecho de ser demasiado insensible y
haber nacido demasiado pronto para creer que tenía que aparentar algún decoro.
Según él, el seguro de desempleo no hacía otra cosa que «contribuir al mantenimiento
de los perezosos e inútiles», y el movimiento sindical era sencillamente una especie
de mendicidad organizada:
«La palabra “mendicidad” expresa una situación casi fuera de la ley, ¿no es
cierto? Y, no obstante, el pasar a la mendicidad, en el sentido de vivir total o
parcialmente a expensas de otras personas, es el ardiente deseo, hecho realidad en una
considerable medida, de una amplia proporción de nuestra población, y de todo un
partido político».
(Second Scrap Book).
Es de señalar, sin embargo, que Saintsbury reconoce que el desempleo es
inevitable, y lo cree incluso conveniente, siempre y cuando los desempleados estén
dispuestos a sufrir todo lo que haga falta:
«¿No es el trabajo “eventual” el secreto mismo y la válvula de seguridad de
cualquier sistema de trabajo sensato y seguro?
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