Page 36 - Bochaca Oriol, Joaquín Democracia show
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duda, las cumbres de la maestría, fue al traducir un inocente comentario del Presidente Carter
sobre el vuelo desde Washington a Varsovia. En vez de los habituales tópicos generalmente
proferidos en tales casos, los asombrados polacos debieron oír que Carter había huído de América
para no regresar nunca más (58).
Edvard Gierek, el líder polaco dijo, más tarde Debí hacer poderosos esfuerzos para contenerme.
Pero no se puede ser rudo con las señoras y los intérpretes.
El General De Gaulle era un gran hombre. En eso han estado de acuerdo tantos sus apólogos
como sus detractores. Aunque las motivaciones que han encontrado unos y otros para su
grandeza difieran notablemente. Pero coincidían en que le convenía el calificativo de grande,
opuesto conceptualmente al de pequeño. Y no puede ser llamado pequeño quien, como el difunto
general, necesitaba que le preparasen camas especiales cuando se desplazaba fuera de su
domicilio. Sus dos metros y siete centímetros le quitan toda la razón a sus mezquinos detractores
que osan discutirle su grandeza.
No obstante, ya se sabe, la perfección no es de este mundo. Y el mismo De Gaulle, en ocasión de
su viaje oficial por diversas capitales sudamericanas en 1968, pagó el tributo que incluso los
grandes hombres que han sobrepasado la barrera de los dos metros deben pagar a las miserias de
la condición humana. Al levantarse a hablar en Lima (Perú), tras el banquete oficial que le había
sido ofrecido por el gobierno peruano, y en presencia de todo el cuerpo diplomático, el
Genera-Presidente francés se embarcó en un torrente de oratoria, poniendo por las nubes al Perú,
a sus realizaciones y a su cultura. Terminó, cual es clásico en estos casos, alzando su copa y
anunciando un brindis por sus anfitriones, el Presidente peruano y su esposa, que materializó con
un estentóreo y sorprendente Vive l'Espagne!.
Este monumental gaffe debió impresionar de tal modo al protocolario y detallista político galo, que
su subsconsciente, sin duda, le martilleó la mente con la idea Debías decir Vive le Pérou; debías
decir Vive le Pérou. De manera que, unos días más tarde, al repetirse la escena en Caracas,
capital de Venezuela, tras hacer el obligado ditirambo de ese país, coronó su brindis ante el
presidente venezolano con la frase Vive le Pérou!.
Algo parecido le sucedió al Presidente Carter cuando acudió a recibir al egipcio Sadat que se había
trasladado a América para asistir a las conferencias dé Camp David. En la recepción protocolaria
dada en el aeropuerto de Nueva York, el presidente americano terminó su alocución soltándole a
un asombrado Sadat ¡Viva Israel!. No cabe duda alguna el subsconsciente le jugó una mala
pasada al pobre Jimmy Carter.
Pero no todo son lapsus linguae en los errores verbales de los grandes hombres. A veces su
natural talento les deja en la estacada, cuando más lo necesitan, por, alguna razón desconocida,
inmersa en el océano de las imperfecciones humanas. Edmé Marie Patrice Maurice de Mac
Mahon, Mariscal de Francia, acababa de ser nombrado presidente de la III República Francesa, en
substituciónde Thiers. Se consideraba que los políticos habían fracasado ante los prusianos, y se
llamaba a un militar. Mac Mahon, antes de ser nombrado Presidente de la República, había sido
Ministro de la Guerra. En una ocasión, en la Cámara de Diputados, Tailhandier, un diputado
bonapartista, le dijo, con la mejor de sus sonrisas Tras reconocer la gran calidad humana y militar
de Su Señoría, espero que no se molestará Su Señoría si proclamo ante esta Cámara que el nivel
mental de Su Señoría está netamente por debajo de lo que consideraría un promedio normal, entre
sus alumnos, un profesor rural de segunda enseñanza. Los amigos del aguerrido militar se
enfadaron. Los amigos de Tailhandier aplaudieron y los demás se rieron o siguieron durmiendo si
no se habían despertado con el tumulto. Todo lógico y dentro de los usos de todas las instituciones
parlamentarias que el mundo ha visto hasta la fecha. Pues bien, el General Presidente Mac Mahon
debía asistir a una inauguración de un nuevo puente sobre el Sena, en París. Era su primera
aparición en público. Las masas, ya se sabe, aman las frases. Los notables se agolpaban junto
a Mac Mahon y su séquito para oir su primera frase como Presidente de la República Mac Mahon,