Page 39 - Bochaca Oriol, Joaquín Democracia show
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Iglesia.    Hasta entonces, el lugar donde Jesucristo había sido enterrado permanecía ignorado.

                  Entonces, en el año 326, el Emperador Constantino, guiado por la mencionada inspiración,
                  descubrió la tumba de Jesús, cuya consubstancialidad con Dios acababa de proclamarse
                  oficialmente en Nicea. Y, en el año 330, mandó construir la Iglesia del Santo Sepulcro. Pero este
                  magnífico descubrimiento no impidió a Constantino asesinar a algunos de sus más próximos
                  familiares en ese mismo año su hijo Crispo, su esposa Faustina, a la que sumergió en agua
                  hirviente, y su suegro Maximiliano. Y es que, ya se sabe, la perfección no es de este mundo.


                  Las referencias a Dios, por otra parte, son tan numerosas, que con ellas se podría escribir un
                  grueso volumen.    Citemos, como una de las más conocidas, el célebre consejo dado por Simón
                  Montfort, el caudillo militar de la cruzada papal contra los albigenses, a sus tropas, en el momento
                  de ocupar la ciudad de Béziers Tuezle touts, Dieu réconnaitra les siens!. (Matadlos a todos, Dios ya
                  reconocerá a los suyos).    Esa frase tal vez no demuestra un estado de ánimo muy compasivo,
                  pero sí evidencia, por lo menos, una gran dosis de fé. Otra referencia al Altísimo, aunque de otro
                  bien distinto cariz la encontramos en el caso de los hermanos Carvajales, acusados, según parece
                  injustamente, del asesinato de un favorito del rey, Fernando IV de Castilla, en 1310. A pesar de las
                  protestas de inocencia de los Carvajales, el rey, sin formación de causa, los mando arrojar, dentro
                  de una jaula de hierro, por un despeñadero que se conoce con el nombre de Peña de los Martos.
                  Antes de ser tan bárbaramente ejecutados, emplazaron a Fernando IV, treinta días después, ante
                  el tribunal de Dios, donde    se vería quién era culpable.    Por supuesto, a los treinta días justos, el
                  7 de septiembre de 1310, fallecía el rey, tras uno de sus atracones de carne, a los que tan
                  aficionado era.    La voz popular lo achacó a un castigo del Cielo, y por eso Fernando IV ha pasado
                  a la Historia con el apodo de el emplazado (68).

                  Se argüirá que los episodios históricos mencionados pertenecen a épocas de un lejano pasado,
                  épocas de fé.    Esto sólo es verdad hasta un cierto punto.    Los árabes convocaron la Djahir, o
                  Guerra Santa, en Palestina, en 1917, contra los turcos y luego, tres años más tarde, contra los
                  ingleses.    En Siria, en 1926, contra los franceses, y de nuevo en Palestina en 1948 contra los
                  judíos.
                  Menos conocido es el caso del llamado Juicio del Estado Soviético contra Dios, celebrado en
                  Moscú en 1917, y presidido por el Comisario de Cultura Anatoli Lunacharsky.    Dios fue hallado
                  culpable por aquél tribunal revolucionario, condenado a muerte, y ejecutado de una salva dirigida al
                  cielo. Esto será sacrílego, estúpido, manicomial y todo lo que se quiera, pero de lo que no cabe la
                  menor duda es que patentiza una sólida fé.    Sólo se ataca aquello en que se cree, o cuya
                  existencia no ofrece margen a dudas.



                  La fé. Este es el problema. La fé en Dios ha movido a los hombres que son, al fín y al cabo, los que
                  hacen la Historia. Dice Madariaga (69) que 'españoles e italianos, como seres más tallados y
                  trabajados por las pasiones estéticas, junto a su fé, piden bulto y drama a sus blasfemias, y se
                  mueven con entera libertad ética entre los seres divinos o celestiales, a los que obligan a hacer
                  vida terrestre con ellos. Surgen, de este modo, relaciones familiares, más o menos sagradas, de
                  comparación, de rivalidad hasta de clase.    Por ejemplo

                                                                                                                            Bárbaros aragoneses
                                                                                                                          que habéis querido casar
                                                                                                                          al Santo Cristo de Burgos
                                                                                                                          con la Virgen del Pilar.

                  y también

                                                                                                                              La Virgen de la Fuenciscla
                                                                                                                              le dijo a la del Pilar
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