Page 38 - Bochaca Oriol, Joaquín Democracia show
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es decir, sus descendientes toda la tierra de Canaán en heredad perpetua.    Palabras mayores,
                  parece. Pues no. En realidad no son nada comparadas con otras promesas que hace el Altísimo a
                  los hebreos    ¡... Y tú poseerás naciones más grandes y más fuertes que tú mismo (61).    Haré que
                  los Gentiles se sometan a Mi pueblo, y traerán a sus hijos en sus brazos y a sus hijas sobre sus
                  hombros. Los Reyes ¡Oh Israel! serán tus padres nutricios, y las reinas serán las madres que te
                  amamantarán; todos se postrarán ante tí con el rostro hacia el suelo y lamerán el polvo de tus piés
                  (62). A veces Jehová transmite más promesas a Su pueblo Elegido,, a través de sus profetas ... Y
                  la Nación y el Reino que no se sometan a tí perecerán... Y tú, Israel, chuparás la leche de los
                  Gentiles y los pechos de los Reyes (63).

                  Bien, pero, a cambio de tan inmensos favores, ¿qué pide Jehová

                  Este será Mi pacto, que guardarais entre Mí y vosotros, y tu simiente después de tí será
                  circuncidado todo varón de entre vosotros. Circuncidareis, pues, la carne de vuestro prepucio, y
                  será señal del pacto entre Mí y vosotros (64).
                  Asombroso. Si no lo dijera el Antiguo Testamento -palabra de Dios, repetimos- ¿quién lo creyera
                  Todos aquellos dones, todos aquellos regalos, toda aquella protección perpetua para Abram -
                  Abraham y su simiente, Jehová lo dá a cambio de unos prepucios.

                  Y El -Jehová- cumple a rajatabla su parte del pacto con el pueblo de Israel. Separa las aguas del
                  Mar Rojo para que pasen los judíos, y luego las vuelve a juntar, sepultando a los egipcios que
                  perseguían a su pueblo elegido. Destruye al ejército de los Amorreos con una granizada de
                  piedras, fenómeno atmosférico único en la Historia del mundo.    Detiene el Sol, a petición de Josué
                  para que éste y sus tropas tengan tiempo, antes de la llegada de la noche, para disponer de tiempo
                  necesario para matar a todos sus enemigos (65). A veces, la contribución de Jehová al Pacto con
                  Su pueblo reviste caracteres filarmónicos, como cuando el célebre episodio de las trompetas que
                  derriban con sus sones estridentes las murallas de Jericó. Otras veces, Jehová manda a sus
                  ángeles en ayuda de su socio israelita.    Esa ayuda angélica reviste las más variadas facetas.
                  Desde la asistencia gastronómica, en el caso del ángel que da de comer al profeta Elías, hasta la
                  bélica, en el del ángel que destruyó, él sólo, a todo el ejército de Senaquerib.    Sin olvidar el caso
                  por demás curioso, de los ángeles exterminadores mandados por Jehová a los egipcios, al
                  infringirles la décima plaga (66).

                  Los ángeles, a veces, asumen el papel de mensajeros, cuando visitan a Lot y le avisan de que
                  Jehová se propone castigar las depravaciones de los habitantes de Sodoma y Gomorra (67). En
                  otras ocasiones ya no son los ángeles quienes intervienen por procuración, sino santos y santas.
                  Ahí está el caso de Santa Cecilia y Santa Margarita, cuyas voces aconsejan sobre tácticas militares
                  a la Doncella Santa Juana de Arco, en su lucha contra los ingleses. O del ínclito patrón de España,
                  Santiago, popularmente apodado Santiago Matamoros, cuya intervención en favor de las tropas
                  castellanas tan decisiva debía resultar en la batalla de Clavijo contra los moros.



                  En otras ocasiones, la voluntad del Altísimo se manifiesta a través de mortales individuales, por El
                  también elegidos como el pueblo de Israel. Tal es el caso del Emperador Constantino, que, en el
                  año 325 de nuestra era, convocó el primer Concilio Ecuménico de Nicea.    Allí, a su demanda, se
                  reunieron 318 obispos, que le aceptaron como Obispo Universal.    Constantino, que comprendió el
                  interés político de la religión, abandonó el culto solar de Mitras por el Cristianismo, cuando antes
                  de la batalla vió en el cielo una cruz con la inscripción In Hoc Signo Vinces (con este signo
                  vencerás).    Pero se olvidó por completo de la humildad cristiana cuando cambió el nombre de
                  Bizancio por el Constantinopla y en ella hizo erigir una enorme columna en su propia memoria.
                  Hasta Nicea, la doctrina de Arrio de Alejandría, según la cual Jesucristo y Dios no eran idénticos,
                  sino sólo similares, era la oficial. Constantino presionó al Concilio en el sentido de que proclamara
                  que Dios Padre y Jesús era la misma esencia esta vital modificación se convirtió en dogma de la
                  Iglesia por decreto imperial. Sobre esta base, los obispos, unánimemente, redactaron el Credo de
                  Nicea. Pero Constantino, también por inspiración divina, debía rendir otro señalado servicio a la
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