Page 411 - Mahabharata
P. 411
5. El consejo 391
Krishna; y también muy a pesar de los deseos de éste que había escuchado de su amigo
discursos equiparables a los suyos en estilo y carácter.
Capítulo XIII
KRISHNA, EL MENSAJERO DE LA PAZ
OR la mañana, Krishna estaba acabando sus tareas rutinarias, cuando Duryodhana
P y Radheya, acompañados por todos los kurus, llegaron a la casa de Vidura para
llevarle a la corte. Daruka trajo su carro y Krishna montó en él acompañado por Vidura.
Duryodhana y Radheya le siguieron en el carro de Duryodhana y Satyaki y Kritavarma
siguieron a estos dos. Una guardia de honor estaba esperando a Krishna. La recepción
que se le dio fue impresionante, muchos elefantes y caballos siguieron a su carro hasta el
palacio. Toda la gente de la ciudad se había congregado para ver al gran Krishna.
La procesión llegó a su destino y el ruido de los carros hizo que los reyes salieran
a las puertas del palacio. Krishna descendió de su carro llevando agarrados de la
mano a Vidura y a Satyaki. Luego entró en la gran sala de la asamblea, conducido por
Radheya y Duryodhana, y seguido por Kritavarma. Dhritarashtra y los otros ancianos
de la corte se levantaron de sus asientos y honraron a Krishna, esperando a que se
sentara. Fue conducido a un asiento que había sido hecho especialmente para él. Pero
antes de sentarse, vio que Narada y otros sabios estaban esperando para presenciar
los acontecimientos de aquel día en la corte y le dijo a Bhishma que los sabios estaban
esperando entrar en la asamblea. Bhishma se apresuró en ir a su encuentro y les condujo a
la corte con gran respeto. A todos ellos se les pidió que se sentaran en asientos especiales
y cuando ya estaban acomodados, Krishna se sentó sonriente. Dussasana condujo a
Satyaki a un asiento lujosamente labrado y Vivimsati, un hermano de Duryodhana,
hizo lo mismo con Kritavarma. No muy lejos de Krishna se sentaron los dos amigos
Duryodhana y Radheya compartiendo el mismo asiento. Sakuni estaba cerca de ellos y
Vidura estaba sentado en un asiento que estaba justo al lado de Krishna.
Todos los ojos estaban fijos en Krishna, miraban y miraban y no se quedaban satis-
fechos. Era tan encantador que los ojos de todos estaban felices de descansar en él. Su
gloria daba esplendor a aquella gran sala. Con su joya favorita, el Kaustubha, sobre su
pecho, y con su vestido favorito de seda amarilla cubriéndole su cuerpo oscuro, Krishna
parecía una montaña negra iluminada por los rayos del Sol naciente.
Durante unos momentos se produjo un silencio intenso, pero Krishna lo rompió
repentinamente con su voz, que resonaba como el estruendo de un trueno lejano. Miró
al rey Dhritarashtra y dirigiéndose a él, le dijo:
—He venido a Hastinapura para evitar la muerte de muchos héroes. He venido
para establecer la paz entre los kurus y los pandavas. No tengo mucho que decir, pues