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»En cuanto a ese reino, llamado Indraprastha, mi padre se lo dio en el pasado, lo sé,
lo admito. Pero nunca les será devuelto; no, mientras yo viva. Mientras que mi padre, el
rey Dhritarashtra viva, los pandavas y nosotros tendremos que dejar nuestras armas en
sus fundas y vivir como dependientes suyos. Cuando Khandavaprastha fue entregada a
Yudhisthira yo era menor y dependiente del rey. Era un niño y no tenía edad suficiente
como para que se me consultase. Se le entregó aquella tierra, bien debido a la ignorancia
o al miedo, no lo sé. Pero ahora ese reino no se les devolverá jamás, no, mientras yo
viva. Krishna, recuerda mis palabras, anótalas cuidadosamente. No le entregaremos a
los pandavas ni la tierra que cubre la punta de una afilada aguja.
Krishna se rió con una risa extraña que expresaba suficiencia al tiempo que una gran
lástima por Duryodhana. Tenía matices de ira y dolor, e hizo temblar a toda la asamblea
con un miedo desconocido. Nunca habían oído esta risa en Krishna, le habían visto
sonreír, le habían visto ceñudo, le habían visto con expresión grave y seria. Habían visto
muchas y distintas expresiones en la cambiante faz de Krishna. Pero esta risa extraña,
causó terror en los corazones de todos. Krishna se levantó de repente de su asiento
incrustado en joyas. La furia daba a sus ojos un tono, color rojo carmesí; todavía sonreía
con aquella extraña sonrisa y dijo:
—Duryodhana, parece que deseas un lecho en el campo de batalla; pues que así sea.
Conseguirás lo que quieres, siempre has conseguido lo que querías. Sé firme; dentro de
pocos días verás una gran matanza; te encontrarás con la muerte que tanto pareces amar.
Tú y tus queridos consejeros conseguiréis lo que deseáis.
»Dices que no has ofendido a los pandavas en lo más mínimo. Te atreves a decir
eso en esta asamblea de gente sabia que conoce cada uno de tus pecados. Deja que los
sabios escuchen y decidan por sí mismos si tus palabras son ciertas o falsas. Ardiendo de
celos por la prosperidad de los pandavas, tú y tu tío Sakuni jugasteis un juego de dados
con el noble Yudhisthira. ¿Cómo podía ganar ese buen hombre en ese juego trucado
e infame, manejado por tu malvado tío? Ese juego se sabe que priva al hombre de la
claridad de pensamiento y es motivo de disensión entre los que se aprecian. Provocaste
ese juego para privarles de sus pertenencias y, sin embargo, dices que no les hiciste
ningún mal. ¿Qué buen hombre insultaría a la esposa de su hermano con las palabras
que tú le dirigiste? Estos hombres que están sentados aquí estaban también sentados en
aquella asamblea y también oyeron las palabras que les dirigiste. Arrastraste a Draupadi
a tu malvada corte valiéndote de este hermano tuyo, y los pandavas, que la quieren
más que a su propia vida, permanecieron todos en silencio. No dijeron ni una sola
palabra porque Yudhisthira no quiso permitir que los pandavas se saliesen del camino
del Dharma. Todos estos ancianos estaban presentes cuando insultaste a los pandavas,
mientras se marchaban al exilio, al bosque. ¿Qué hombre de bien se comportaría con su
propia gente como tú lo has hecho?