Page 421 - Mahabharata
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5. El consejo                                                                            401


               Bhima, Nakula, Shadeva y Yudhisthira. Todos los héroes de la familia de los vrishnis y
               de los andhaka se veían de pie a su lado con sus armas y armaduras.

                   Muchos eran los brazos de Krishna, los cuales sostenían todas las armas. Se podían
               ver la famosa caracola, llamada Panchajanya, el chakra llamado Sudarsana, la maza
               llamada Kaumodaki y la espada de nombre Nandana. Se veía salir fuego de sus ojos
               y de sus fosas nasales, su aspecto era terrible. Parecía como si la muerte, que no tiene
               forma, hubiese decidido tomarla y revelar al mundo su aspecto pavoroso. Nadie tenía el
               valor de mirar este espectáculo único. Los ojos humanos estaban deslumbrados por el
               esplendor y la pavorosidad de Krishna; muchos ojos estaban cerrados. Pero los ojos de
               Bhishma, Drona, Vidura y los grandes rishis que se habían reunido allí, no se cerraban ni
               por un momento. Se lo estaban bebiendo con sus ojos. El Señor les había dado el poder de
               permanecer delante de Él y mirarle con sus ojos humanos. Entonces ocurrió un milagro,
               al rey Dhritarashtra que estaba ciego, se le concedió la vista para ver a Krishna. El rey
               miraba y seguía mirando, tuvo la gran fortuna de ver al Señor cuando se le abrieron los
               ojos.
                   Se oía una música celestial por todas partes y llovían flores incesantemente. Dhri-
               tarashtra miraba a Krishna y, mientras, las lágrimas le resbalaban por sus envejecidas
               mejillas. Rogándole a Krishna le dijo:
                   —Tú eres el Señor de esta tierra y he podido verte, habiéndote visto no quiero ver
               nada más. Por favor, llévate de nuevo mi vista, no la quiero.
                   Krishna le concedió su deseo.
                   La tierra se conmovió, hubo un terrible terremoto y los océanos comenzaron a secarse.
               La gente estaba aterrada, y Krishna compadeciéndose de la tierra reasumió su forma
               original, cogió a Satyaki y a Vidura de las manos y salió de la sala, despidiéndose de
               todos los rishis que se habían reunido allí. Ellos también se fueron después de que
               Krishna saliera. Toda la asamblea de los reyes y los demás siguieron a Krishna como el
               humo sigue al fuego.

                   Kritavarma acababa de traer al ejército a la puerta del palacio y viendo a Krishna
               que salía de él, llevó su carro enfrente de la sala de la asamblea. Krishna no dirigió una
               sola palabra a los muchos reyes que le siguieron, ni se despidió de ninguno. Kritavarma
               pudo ver una gran tristeza en sus ojos.
                   Krishna oyó la voz de Dhritarashtra que le decía:
                   —Krishna, tú mismo has visto la autoridad que tengo sobre mi hijo. Viniste aquí
               con la esperanza de conseguir la paz entre estos primos guerreros. Por favor, no tengas
               ningún mal sentimiento hacia mí. Yo no odio a los pandavas, has visto cómo he tratado
               de convencer a mi hijo, pero ¿qué puedo hacer?
                   Krishna oyó sus palabras, y cuando ya se iba, se detuvo con un pie sobre el estribo
               del carro. Volvió la cabeza y dijo:
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