Page 423 - Mahabharata
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5. El consejo 403
Radheya sonrió y le dijo:
—Tienes razón, mi señor, un hombre justo no debería ponerse de parte de un pecador,
pero Duryodhana es distinto, yo le amo, le amo demasiado para juzgarle como lo hacen
otros. Él ha sido mi amigo, el mundo me ha menospreciado a mí y a mi valor, porque
soy un sutaputra, pero Duryodhana es el único que está por encima de todo eso, jamás
me ha recordado que soy un sutaputra. Krishna, quizá lo sepas y quizá no, pero una vez,
hace muchos años, vine a la ciudad de Hastinapura buscando ganarme la vida. Se estaba
celebrando un torneo y los príncipes acababan de terminar su entrenamiento bajo las
instrucciones del gran Drona. El mismo Drona había rehusado enseñarme porque era un
sutaputra, así que me dirigí a Bhargava para aprender de él; debes saber que también
él me maldijo por ser un sutaputra. Como te estaba diciendo, los príncipes de la casa
de los kurus acababan de terminar su entrenamiento con Drona y mi visita coincidió
con una gran exhibición de las habilidades de todos los príncipes. Yo estaba de pie
observando y no tenía intención de anunciarme, pero la arrogante presunción de Arjuna
era intolerable, así que tuve que desafiarle. Lo hice y no se me permitió luchar contra
él, por ser un sutaputra. Cuando estaba siendo insultado por tus amados pandavas, el
noble Duryodhana me apoyó, poniéndose de mi lado y me hizo el rey de Anga. Nos
estrechamos las manos y le pregunté qué podía hacer para corresponder a su regio gesto.
« Nada », contestó, « sólo quiero tu corazón. » Krishna, mi señor, han pasado años desde
que ocurrió aquel incidente, pero mi corazón ha estado siempre con este rey. Nunca
podré juzgarle. Sólo hay dos personas que me quieren: Duryodhana y mi madre Radha.
Sólo vivo para complacer a estos dos seres, ya que no tengo gran aprecio por mi vida.
Pero mientras viva, este corazón pertenece a estos dos seres y sólo a ellos.
Krishna permaneció callado durante un momento, luego miró a Radheya y le dijo:
—Sí, la deuda de la gratitud es la más difícil de pagar. Radheya, ¿supongo que
conoces tu nacimiento? ¿Sabes quién eres? ¿Conoces a tu madre?
Radheya sonrió moviendo negativamente la cabeza. Le dijo:
—No, mi señor, pero sé que alguna dama de alta cuna debió darme a luz cuando era
sólo una muchacha. Debe haber vivido en el palacio de un rey, tengo el sentimiento de
que era una princesa, también sé que su palacio estaba en las orillas de un río. Esta joven,
evidentemente amaba más su reputación que a su hijo recién nacido, pues me abandonó.
Me puso dentro de una caja y me dejó flotando sobre el río que acariciaba las murallas de
su palacio. ¿Por qué debo preocuparme de averiguar quién es? Ella no se ha preocupado
de mí y me ha olvidado. Ahora debe tener más hijos y estoy seguro de que son más
afortunados que yo.
Radheya se detuvo durante unos momentos. Sus labios se curvaban dibujando una
sonrisa, medio triste y medio burlona. Krishna le miraba con una extraña expresión en
sus ojos. Radheya acabó su charla, diciendo: