Page 417 - Mahabharata
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5. El consejo                                                                            397


                   »Tú, tu hermano Dussasana, y tu amigo Radheya, dijisteis cosas que no pueden
               olvidarse fácilmente. Así de terribles fueron vuestras palabras. Cuando los pandavas

               eran niños, intentaste quemarlos junto con su madre en Varanavata. Tu intento no
               tuvo éxito, pero eso no quiere decir que nadie lo recuerde, todo el mundo lo sabe.
               Los pandavas tuvieron que vivir escondidos durante un año en una ciudad llamada
               Ekachakra, en la casa de un brahmín y tuvieron que mendigar para vivir. Has tratado
               de matar a Bhima con veneno, con serpientes y de mil maneras distintas, pero todos tus
               intentos han fallado. Has hecho todo eso y aún dices que no has ofendido a los pandavas.
               Rehusaste concederles sus derechos de nacimiento; sólo lo harás a la fuerza. Caerás de
               tu posición segura y se te separará de tu riqueza y de tu reino. Te has comportado de la
               forma más despiadada con mis amigos y tienes la audacia de decirme que no has hecho
               nada. Has perdido la facultad de discriminar. Si no, ¿cómo es que has elegido la guerra
               cuando las ventajas de establecer la paz son tantas? Veo que eres el pecador más grande
               que mora sobre la faz de la tierra. Me disgustas.
                   Dussasana dijo:

                   —Mi querido hermano, parece como si estos ancianos kurus te quisieran atar de
               pies y manos y entregarte a Krishna. Te están forzando a hacer la paz con Yudhisthira.
               Nuestro abuelo, Drona, nuestro padre y por supuesto Vidura están seguros de atarnos a
               ti, a mí y a Radheya y entregarnos a Yudhisthira.
                   Duryodhana oyó las palabras de su hermano y enfadado como una serpiente, suspiró
               con furia y se levantó de repente. Se detuvo durante un momento y salió fuera de la
               gran sala sin importarle ninguno de los grandes hombres que estaban allí, pasó al lado
               de todos sin ni siquiera tener la delicadeza de mirarles. Pasó delante de Krishna con la
               cabeza en alto y salió a zancadas de la sala como un león caminando entre los animales
               inferiores del bosque, tan grande era su orgullo; y su arrogancia era aún mayor; su ego
               era incurable. No se sometió ni escuchó a nadie. No se volvería a sentar en la corte
               que se había atrevido a juzgarle a él, el gran rey de los kurus. Con él salieron todos sus
               hermanos, todos sus consejeros y también todos los reyes. La sala se estaba vaciando
               rápidamente.

                   Bhishma estaba observando la salida de Duryodhana y de todos sus seguidores y
               estaba apenado y molesto con su desafortunado nieto. Se dirigió a Krishna y le dijo:
                   —Krishna, veo que ha llegado su hora. Traté de evitarlo, pero no fue posible, este
               hombre está condenado. La familia de los kshatryas está condenada, ha llegado el
               momento, todos tendrán que morir.

                   Krishna les miró a todos y les dijo:
                   —Todos vosotros sois los culpables de esto. Todos vosotros sois culpables; hace
               mucho tiempo deberíais haber atado a este pecador y haberle mantenido en cautiverio.
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