Page 468 - Mahabharata
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                   Duryodhana se recuperó por fin de su desmayo y volvió al frente asombrándose ante
               la devastación que Bhima y Satyaki habían causado en su ejército. Estaba aterrado al ver

               decrecer a su ejército a un ritmo tan alarmante; se fue a toda prisa hacia Bhishma y le
               dijo:
                   —No es normal que nos ocurra esto estando tú aquí. También Drona y su hijo
               Aswatthama están vivos y aun así, permitís que devasten mi ejército. ¡Los pandavas
               no son lo suficientemente poderosos como para venceros a todos vosotros! No me es
               difícil imaginarme la razón de esto. Los hijos de Pandu son tus favoritos, les aprecias
               demasiado y te muestras parcial con ellos, es por eso por lo que estás permitiendo esta
               salvaje destrucción de nuestros ejércitos. Drona es igual que tú. No os gusta luchar
               contra los pandavas; si me hubieras dicho al comienzo de la guerra que no querías luchar,
               no te hubiera pedido que fueras el comandante de mi ejército. Si ambos tenéis la idea
               de abandonarme podéis decírmelo, le pediré a Radheya que luche. Mas si sentís algún
               afecto por mí, ambos debéis luchar hasta el máximo de vuestras capacidades y destruir a
               mis enemigos.
                   Bhishma escuchó aquellas palabras de Duryodhana que eran mucho más afiladas
               que sus propias flechas y se echó a reír. Luego le dijo:
                   —Hijo mío, durante los últimos días, por no decir años, te he estado diciendo que
               los pandavas son invencibles, que ni siquiera Indra puede detener su ataque, pero tú no
               me has escuchado. Es sólo porque te queremos que hemos aceptado luchar a tu lado.
               Estoy haciendo todo lo posible, soy un anciano y estoy tratando de luchar como un joven
               enfrentándome con los terribles pandavas. Mírame luchar, voy a destruir al ejército
               enemigo como no lo he hecho hasta ahora.

                   Bhishma, como un elefante que hubiera sido cruelmente aguijoneado por su con-
               ductor, se abalanzó rápidamente hacia el ejército de los pandavas con energía renovada.
               Sopló su caracola y el sonido avisó a los pandavas de que el anciano estaba terriblemente
               enojado. Era mediodía; los pandavas, hasta ahora, se hallaban muy felices, ya que habían
               ido ganando fácilmente las batallas, pero aquello les sacudió bruscamente sacándoles de
               su complacencia.
                   Casi se diría que el arco de Bhishma estaba cantando, por lo constante que era el
               sonido de su cuerda. El río de sangre comenzó nuevamente a fluir en torrentes. El anciano
               kuru estaba abriendo surcos a través de las filas y la sangre fluía como ríos. Nadie podía
               acercársele, luchaba como un poseído, estaba en todas partes del campo. Arjuna le veía
               en el este y al momento siguiente estaba en el oeste. Parecía como si hubiera asumido
               el protagonismo de la batalla y no tuviera intención de cejar en su empeño. El ejército
               estaba siendo masacrado rápidamente. Nadie del lado de los pandavas era capaz de
               enfrentársele.
                   Krishna vio el estado de las cosas y le dijo a Arjuna:
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