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Todos se sentaron en silencio, viendo a Arjuna montar en cólera. Arjuna cayó desplo-
mado. Todos se le acercaron y le reanimaron con agua perfumada. Arjuna se levantó. Su
cuerpo estaba temblando de furia. Temblaba como si tuviera escalofríos, se levantó y
dijo:
—Os prometo a todos que mataré a Jayadratha mañana. Incluso si viene a mí o a
Krishna o a Yudhisthira para pedirnos socorro, le mataré. Incluso si está protegido por
los hijos de Dhritarashtra, incluso si le protege el mismo Sankara, le mataré. Yo seré
quien le mate mañana. Si no le mato, que pierda los méritos que he adquirido hasta
ahora y que vaya al infierno que les corresponde a los peores pecadores. Escuchad mi
juramento. Juro en el nombre del fuego y en el nombre de mi amado gandiva, que mataré
a ese Jayadratha mañana. Lo haré mañana, antes de que se ponga el Sol. Nadie puede
evitar que lo haga. Jayadratha morirá mañana; si no le mato, prometo que me arrojaré al
fuego, vivo y con el gandiva en la mano.
Arjuna hizo sonar la cuerda de su arco y el sonido llenó los cuatro puntos cardinales.
Krishna cogió su panchajanya de inmediato y la sopló con todas sus fuerzas. Aquel
terrible sonido llenó el aire y la tierra tembló cuando las notas de la caracola de Krishna
se mezclaron con las de la cuerda del gandiva. En el campamento pandava resurgió la
felicidad. El pensar que Arjuna iba a matar a Jayadratha les hizo sentirse entusiasmados.
Los pandavas se despojaron de su manto de dolor. Bhima estaba enardecido, su voz se
volvió áspera con la emoción de su corazón. Miró a Arjuna y dijo:
—Los enemigos deben haber oído el sonido de tu arco y la música de la panchajanya.
Ya deben haber muerto. Me siento orgulloso de ti, sé que harás lo que has jurado hacer.
El dolor desapareció de los corazones de los hermanos de Arjuna. Sintieron que la
muerte de Abhimanyu sería vengada. Sabían que los seis asesinos serían castigados por
Arjuna por su crimen inhumano. Némesis estaba ya en su curso, en cuestión de pocos
días todos morirían. Todos ellos trataron de olvidar la muerte de Abhimanyu movidos
por su deseo de venganza, pero no podían dejar de pensar en él. No podían apartar de
su memoria la imagen de Abhimanyu cuando le vieron por última vez, de pie sobre su
carro y sonriéndoles a todos antes de entrar en el terrible padmavyuha.
Todos en el campamento de los pandavas, desde Yudhisthira hasta el último de
los soldados, estaban lamentando la muerte de Abhimanyu. Nadie durmió en el cam-
pamento aquella noche. Junto con el dolor por la muerte de Abhimanyu, una nueva
preocupación había penetrado en sus mentes: el juramento de Arjuna. Todo el mundo
pensó: « En su dolor por la muerte de su hijo, Arjuna ha jurado hacer algo que parece
imposible. ¡Que Dios le otorgue el éxito en la lucha de mañana! ¡que vuelva victorioso
del campo de batalla! Apostaremos todo el punya que hemos adquirido hasta ahora.
¡Dios, por favor, haz que se cumpla su juramento! ¡Que Arjuna vuelva victorioso del
campo de batalla! » Así rezaban.