Page 657 - Mahabharata
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8. Karna                                                                                 637


                   Salya fue a toda prisa a la presencia de Duryodhana. El rey era todo dolor; su
               corazón se rompió cuando vio la caída del más grande de los hombres. Ni se había

               imaginado que Radheya, su querido Radheya muriera en ese día. Recordó la noche
               anterior cuando Radheya fue de nuevo hacia él en la puerta de la tienda y le abrazó.
               Lloró lágrimas calientes que le abrasaban como gotas de fuego líquido. Radheya estaba
               muerto y él estaba vivo, no había acabado de aceptar del todo la verdad, pero lentamente
               fue comprendiendo que estaba vivo en un mundo que no tenía sitio para Radheya; su
               Radheya estaba muerto. « ¡Muerto! », gritó, y golpeó con el puño la palma de su mano
               en furia inútil; no podía hablar debido a su dolor. Salya se lo encontró así, con sus ojos
               inundados de lágrimas y diciendo incoherencias. No podía ponerse de pie, sus rodillas
               le flaqueaban. Viendo a Salya, su dolor se renovó, vio el carro de Radheya con su asiento
               vacío y el arco y las aljabas de Radheya. Duryodhana se desmoronó completamente.
                   Salya le confortó; su corazón estaba apesadumbrado mientras le hablaba a Duryod-
               hana. Le dijo:
                   —Hijo mío, no rompas tu corazón, todas estas cosas están en manos del destino.
               Habiendo visto cómo luchó Radheya, sólo puedo culpar al destino de su muerte. Jamás se
               ha luchado un duelo como el que hemos visto hoy. Radheya era demasiado contrincante
               para Krishna y Arjuna, pero el destino fue demasiado poderoso. Fue el destino quien
               mató a Radheya: Arjuna sólo fue el instrumento, no tiene sentido intentar detener su
               curso. —Salya habló en términos gloriosos del valor de Radheya. Dijo—: Ahora ha
               alcanzado los cielos, no te apenes por él, ahora él es feliz. Retira al ejército, no está en
               condición de luchar, todos están aturdidos por el golpe de la caída de Radheya. Hasta el
               Sol brilla hoy tenuemente, aunque todavía no ha llegado la tarde. Detén la guerra por
               hoy.

                   Duryodhana lo dejó todo en manos de los demás y se sentó sumido en el más hondo
               pesar. Aswatthama y los demás se dirigieron a Duryodhana y trataron de consolarle,
               pero nada podía aliviar el corazón herido del monarca. Se pasó toda la noche sentado
               donde estaba.
                   Radheya estaba solo en el campo de batalla. Había muerto, pero la belleza no había
               abandonado su noble rostro y su cuerpo brillaba como si todavía hubiese vida en él.
               La gente aún tenía miedo de acercársele. Parecía como si sólo estuviera descansando.
               La magnífica figura de Radheya estaba sin vida y el fuego que había en él se había
               extinguido. Radheya había estado solamente siete días en el campo de batalla y en
               estos siete días había hecho mucho. Este hombre tan noble que nunca le había negado
               nada a nadie, ahora estaba muerto. Había dado todo lo que tenía. Duryodhana había
               comenzado la guerra confiando en él, pero ahora Radheya estaba muerto. Cuando murió
               los ríos dejaron de fluir, el Sol perdió su gloria, la tierra tembló de miedo y el cielo se
               enrojeció de agonía. Los planetas fueron todos desplazados por esta gran calamidad y se
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