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veían los cometas incluso durante el día. Incluso también entre los dioses que se habían
reunido en el cielo se produjo un grito de dolor, dolor de aquellos que eran inmunes al
dolor; así de grande fue la caída de Radheya.
Arjuna sopló su devadatta y Krishna su panchajanya. Era evidente que no las estaban
soplando con tanta fuerza como era habitual en ellos. Yudhisthira había regresado a su
tienda a mitad del duelo, pues no pudo quedarse por mucho tiempo. Todavía sufría por
el dolor de sus heridas. Los dos amigos fueron corriendo hacia la tienda de Yudhisthira.
Arjuna saltó de su carro y corrió hacia su hermano. Yudhisthira le estaba esperando
ansiosamente, pues ya le habían hablado de la muerte de Radheya. Arjuna cayó a sus
pies, los amados pies de su honorable guru y hermano. Yudhisthira le levantó y le abrazó
y luego abrazó a Krishna que también estaba allí. Todos los héroes estaban esperando
para felicitar a Arjuna por su más grande logro. Arjuna estaba muy feliz. Krishna dijo:
—Yudhisthira, hoy es un día feliz para ti. Con la muerte de Radheya ha muerto la
esperanza de Duryodhana. La ira que surgió en ti hace catorce años, ahora arde con
fulgor y está abrasando a los kurus. Ya eres el señor del mundo.
Yudhisthira dijo:
—Tú eres nuestra esperanza, Krishna, tú has hecho esto por mí. Estando tú aquí para
proteger a los pandavas, ¿por qué hay que preocuparse?
Yudhisthira se libró este día de la preocupación que le robaba el sueño, estaba muy
feliz de que hubiera muerto Radheya. Quería verle muerto, así que pidió el carro de
Arjuna y seguido de sus amigos se dirigió hacia el campo de batalla para ver el cuerpo
sin vida de Radheya con sus propios ojos. Vio a los tres hijos de Radheya que yacían
en el campo y también se encontró a Radheya durmiendo pacíficamente después de
esa oscilante fiebre llamada vida. Yudhisthira contempló durante largo rato la hermosa
forma de Radheya y luego regresó a su tienda, suspirando con alivio. No habló con nadie
por un tiempo.
El Sol cayó agradecido sobre la colina del oeste. Había sido para él un día amargo
que le había traído la mayor desgracia; fue el día en el que su amado hijo había muerto
en la batalla. El Sol estaba agradecido por aquellas pocas horas de descanso. Necesitaba
todas sus fuerzas para aparecer de nuevo por el este la próxima mañana para anunciar
otro día de dolor.
Capítulo XI
CON SU ABUELO
URYODHANA no quería pensar en nada. Recordó el día del torneo, esa fue la
D primera vez que vio a Radheya. Quería verle ahora y en la oscuridad de la noche,
cuando todo el campamento estaba durmiendo, Duryodhana fue rápidamente hacia el