Page 669 - Mahabharata
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9. Salya 649
La lucha continuó. De los once akshauhinis tan sólo quedaban doscientos carros,
quinientos caballos, un centenar de elefantes y tres mil soldados. Luchaban valientemente
con los pandavas, pero pronto iban a ser todos destruidos. De los once akshauhinis no
se redimió ni un solo soldado, murieron todos. Ahora el ejército kuru lo componían
Duryodhana, Kripa, Aswatthama y Kritavarma, tan sólo quedaban ellos cuatro.
Mientras que el resto del ejército de los pandavas eran doscientos carros, setecientos
elefantes, un millar de caballos y algunos hombres a pie, eso fue todo lo que quedó de
los siete akshauhinis con los que comenzaron la guerra hacía tan sólo dieciocho días.
Capítulo IV
DURYODHANA SE ESCONDE
EN EL LAGO DWAIPAYANA
URYODHANA contempló la vasta extensión del campo de Kurukshetra y entonces
D recordó las palabras de su tío Vidura: « Serás la causa de la completa destrucción
de la raza de los kshatryas. » Duryodhana sentía como si su cabeza le diera vueltas,
no comprendía qué le estaba pasando, y para sí pensaba: « Vidura debió haber visto
esto con el ojo de la visión interior. » Duryodhana estaba sentado sobre su caballo,
el cual tenía clavada varias flechas y sangraba abundantemente por diversas heridas,
cabalgaba errante sin dirección alguna, hasta que de repente el caballo se desplomó
sin vida. Duryodhana vertió lágrimas por el único compañero que le quedaba y que
también había dado su vida por él; luego abandonó el cuerpo yacente de su caballo y
echó a andar alejándose de allí. Por un momento recordó su condición dieciocho días
atrás y su corazón se encogió de pena dentro de su pecho, no tanto por él sino más bien
por aquellos que habían muerto por él. En un instante acudió a su mente la imagen
de Radheya; ¡Cuánto debió haber sufrido! Había hecho tanto por él, y murió. Debió
haber sufrido una inmensa agonía cuando se dio cuenta de que los pandavas eran sus
hermanos legítimos. ¡Radheya!, ¡El único y leal Radheya! El cuerpo de Duryodhana
ardía como si sobre él estuviera cayendo una lluvia de fuego. Quería alejarse de aquel
macabro campo de batalla tanto como le fuera posible. Anduvo y anduvo hasta que llegó
a un lago de aguas frescas y plácidas, tenía un aspecto tan sugestivo que pensó en darse
un baño para refrescar su cuerpo. En su mano portaba únicamente su maza, que era su
eterna compañera, y por un momento se quedó allí de pie a solas con su pena.
Sanjaya, el auriga de su padre, con su poder de visión le vio allí inmóvil con sus ojos
llenos de lágrimas; parecía la imagen del dolor, la angustia y el desaliento. El corazón
de Sanjaya estaba a punto de romperse movido por la compasión que sentía por este
monarca que ahora estaba completamente solo y sin esperanza, sin un sólo hombre junto
a él y sumido en el más profundo desaliento. Se apresuró al lugar donde estaba el rey